18/11/10

CARGAR CON LA CRUZ



         El relato de la crucifixión, proclamado en la fiesta de Cristo Rey, nos recuerda a los seguidores de Jesús que su reino no es un reino de gloria y de poder, sino de servicio, amor y entrega total para rescatar al ser humano del mal, el pecado y la muerte.
         Habituados a proclamar la "victoria de la Cruz", corremos el riesgo de olvidar que el Crucificado nada tiene que ver con un falso triunfalismo que vacía de contenido el gesto más sublime de servicio humilde de Dios hacia sus criaturas. La Cruz no es una especie de trofeo que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo del Amor crucificado de Dios que nos invita a seguir su ejemplo.
         Cantamos, adoramos y besamos la Cruz de Cristo porque en lo más hondo de nuestro ser sentimos la necesidad de dar gracias a Dios por su amor insondable, pero sin olvidar que lo primero que nos pide Jesús de manera insistente no es besar la Cruz sino cargar con ella. Y esto consiste sencillamente en seguir sus pasos de manera responsable y comprometida, sabiendo que ese camino nos llevará tarde o temprano a compartir su destino doloroso.
         No nos está permitido acercarnos al misterio de la Cruz de manera pasiva, sin intención alguna de cargar con ella. Por eso, hemos de cuidar mucho ciertas celebraciones que pueden crear en torno a la Cruz una atmósfera atractiva pero peligrosa, si nos distraen del seguimiento fiel al Crucificado haciéndonos vivir la ilusión de un cristianismo sin Cruz. Es precisamente al besar la Cruz cuando hemos de escuchar la llamada de Jesús: «Si alguno viene detrás de mí... que cargue con su cruz y me siga».
         Para los seguidores de Jesús, reivindicar la Cruz es acercarse servicialmente a los crucificados; introducir justicia donde se abusa de los indefensos; reclamar compasión donde sólo hay indiferencia ante los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y sufrimiento. Será nuestra manera humilde de cargar con la Cruz de Cristo.
         El teólogo católico Johann Baptist Metz viene insistiendo en el peligro de que la imagen del Crucificado nos esté ocultando el rostro de quienes viven hoy crucificados. En el cristianismo de los países del bienestar está ocurriendo, según él, un fenómeno muy grave: "La Cruz ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón; ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad, sino que descarga de ella".
         ¿No hemos de revisar todos cuál es nuestra verdadera actitud ante el Crucificado? ¿No hemos de acercarnos a él de manera más responsable y comprometida?
José Antonio Pagola

16/11/10

Estamos en el mundo, queremos hacer Iglesia



Grup Aprofundiment de Joves. El Grup d’Aprofundiment de Cristianisme i Justícia, siguiendo la línea de estudio y reflexión de los últimos años, durante este curso hemos trabajado cuestiones relacionadas con la presencia pública de la Iglesia. Estas reflexiones comunes, fruto de los encuentros compartidos, no son sólo un resumen, sino también el horizonte del  camino que queremos continuar.
¿A qué nos sentimos llamados/as dentro de la Iglesia?
  • A amar siguiendo el ejemplo de Jesús de Nazaret, a hablar con una vida que sea cada vez más fiel a las Bienaventuranzas.
  • A estar al lado de los pobres y de las víctimas y a luchar contra las estructuras que perpetúan la exclusión y la injusticia.
  • A construir el Reino de Dios en nuestra sociedad y en el tiempo en que vivimos, con vocación universal, en aquello en lo que podamos dar lo mejor de nosotros mismos.
  • A proponer sistemas y estructuras alternativas a las actuales, que permitan construir un mundo más fraterno y más justo.
  • A dar testimonio con alegría y esperanza de que la opción por el modelo de vida de Jesús vale la pena.
  • A formarnos y cultivarnos para servir mejor y con más coherencia, para poder dar argumentos de nuestra fe y de lo que conlleva.
  • A dialogar, escuchar y interpelar a la sociedad y a la Iglesia con las formas de actuar del Evangelio.
¿Qué Iglesia nos gustaría?
  • Una Iglesia que como institución hable más con el ejemplo de una forma de vivir más evangélica, que tenga en cuenta la pluralidad de la sociedad, que condene menos y que crea más en los hombres y las mujeres, y que respete su autonomía.
  • Una Iglesia más preocupada por la transformación de los corazones de los seres humanos y por el servicio que por imponer moral y mantener la fachada del templo.
  • Una Iglesia más ocupada en el soporte a la espiritualidad, en desvelar y acompañar corazones y menos preocupada por la liturgia.
  • Una Iglesia más humilde, que no crea ser la única poseedora de la verdad ni tener la exclusividad para la construcción del Reino de Dios.
  • Una Iglesia más prudente con el poder, tanto en lo que se refiere a las relaciones con los poderes establecidos como en lo que se refiere a sus propias aspiraciones de poder.
  • Una Iglesia viva, en continuo proceso de conversión y resurrección, más inculturada en el mundo en que vivimos porque ésta es la arcilla que tenemos para construir el Reino.
  • Una Iglesia con protagonismo real de las mujeres, abierta a ellas por convicción y no por necesidad, donde hombres y mujeres sean reconocidos y valorados en igualdad y su voz reciba la misma consideración en los órganos de servicio y en los de dirección de las instituciones.
  • Una Iglesia donde laicos y religiosos participen del sacerdocio universal en un plano de igualdad, siguiendo la línea marcada por el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, n. 10).
  • Una Iglesia con una forma de funcionar más democrática, con estructuras de responsabilidad y decisión en las cuales todos estemos representados, priorizando la participación de las comunidades de base en la elección de obispos.
¿A qué estamos dispuestos/as?
  • A dedicar el tiempo y el esfuerzo necesario para hacerlo posible.
  • A asumir responsabilidades de servicio, de denuncia y de reflexión.
  • A servir desde el corazón.
  • A compartir nuestra fe y acompañar caminos de fe de otros hermanos.
  • A contribuir a la independencia de la Iglesia del poder del estado.
  • A manifestar nuestra pertenencia a la Iglesia en comunión con los que creen en Jesús con fe genuina y nuestro deseo de permanecer en ella con actitud activa y crítica.
Grup d’Aprofundiment de Cristianisme i Justícia: Xavier Fernández i Marín, Mercè Garí, Blanca de Gispert, Arkaitz Imaz, Juan Ignacio Latorre, Maria Loza, Teodor Mellén, Oriol Prado, Helena Roig, Ramon Vallés, Nani Vall-llossera, Horacio Verdún

12/11/10

Testimonio final de un sacerdote - JESÚS SANTAMARÍA



Sacerdocio es la vida entregada con Jesús al servicio de los demás, en gesto de amor. Así ha sido la vida de Jesús Santamaría, presbítero de la diócesis de Logroño, recién fallecido, tras vida de servicio al evangelio, tras enfermedad asumida en plena madurez, como muestra la carta que escribió a sus amigos, poco antes de morir.

Jesús Santamaría: Testimonio final


Primeramente quiero deciros que en un mundo enfermo no es fácil estar sano... También quiero deciros que el cáncer es una enfermedad, pero no maldita... muchos se curan, y pronto será una enfermedad crónica entre otras..., así que quitad el miedo a pronunciar la palabra cáncer aplicada a la enfermedad de vuestros seres queridos, o la vuestra misma... En mi caso el cáncer ha sido un reto para luchar y tirar de la vida, y, sobre todo, ha sido una ocasión para crecer, madurar y desarrollar la vida y la conciencia de la misma, como suele decirse en lenguaje teológico, un tiempo de gracia y salvación... 

El cáncer, como todas las cosas, enseña mucho sobre la vida si sabemos prestarle atención y escucharle. Es cierto que es una lección dura, pero, al fin y al cabo, es una lección sobre la vida... Sufrir el cáncer y no haber aprendido nada sería haber perdido el tiempo... Yo hoy os quiero decir que doy gracias a Dios por haber pasado por esta enfermedad. De algo hay que morir, y en mi caso ha sido por el cáncer, pero lo importante sigue siendo el hecho cierto de nuestra muerte, y lo triste es que nuestra sociedad no nos prepara para ello y oculta la muerte. Veamos, pues, lo que el cáncer ha hecho por mí, y por qué doy gracias a Dios:

De todos es conocido que mi vida ha sido peleona, tensa, conflictiva, polémica... No me he reservado nada para mí, siempre me he acostado cansado... Yo creo que he tenido las cosas claras y que he expuesto mi propuesta, pero, a veces, la he impuesto o tratado de imponer, y me he dejado llevar de la ira, la palabra violenta o el resentimiento... Este tratar de imponer mi visión o mi vivencia ha sido mi pecado y mi error... El cuerpo, que es más listo que yo, me ha dicho por la somatización del cáncer que sí, que, a veces, tenía razón, pero no así... Mi cáncer ha sido la somatización de este error para que lo admita y no lo pueda negar...

Por eso quiero pedir perdón a todo aquel que le haya molestado con mi actitud equivocada, también le quiero pedir perdón a la Iglesia por lo que mi actitud ha podido apartar a otras personas de la comunidad... pero, con la humildad y sencillez del pecador, también quiero pedir a la Iglesia que vuelva al evangelio, que el camino que llevamos no conduce a donde tenemos que llegar, que evangelizar es otra cosa distinta de religiosizar... Evangelizar ha sido mi pasión en la vida y en el ministerio, por la vivencia de esta pasión, concretada en la tensión fe religión (que no son lo mismo), hoy me encuentro aquí, con vosotros, de esta manera. 

En todo este proceso he recordado y meditado aquellas palabras que Dios le dice a Jeremías en su crisis (15,19): "Si quitas la escoria del metal, yo hablaré por tu boca". En este proceso he llegado a descubrir mi sombra, mi mala sombra, lo negativo de mi persona, la he aceptado y reconocido como parte de mi vida, la he integrado y mi vida ha empezado a cambiar y he sido más feliz, y mi sombra se ha desintegrado... aunque no conviene olvidar eso de "genio y figura hasta la sepultura"... Bien, esto es parte de lo que el cáncer ha hecho por mí y por ello doy gracias a Dios que se me ha hecho más cercano y visible en la conversión y crecimiento personal.

El tiempo sabático de la enfermedad, libre de responsabilidad parroquial y de estrés..., ha hecho posible este camino, al mismo tiempo que me ha posibilitado cierta calidad de vida en la enfermedad. También en este período me han faltado horas, y también me he acostado siempre cansado, aunque en esta ocasión ha actuado fuertemente como coadyuvante la necesaria quimio que, para mantener y estirar la vida, también machaca el organismo una y otra vez.... En este tiempo no he dejado de leer, charlar con los amigos, tener reuniones, dar charlas, sustituir a algún cura, de vivir el silencio..., y mi vida se ha llenado de vida. Esto también es parte de lo que el cáncer ha hecho por mí y por ello doy gracias a Dios que se me ha hecho más cercano y visible en este tiempo de gracia y salvación.
Todo esto me ha llevado a tocar fondo: en la enfermedad y el sufrimiento, en la debilidad de la vida, en la profundidad humana donde desaparecer, las apariencias y los roles.... en el fondo..., en el fondo está el Señor.... y con sólo tocar fondo se produce el encuentro... Recordad los de Pradejón, y también los de Manzanares, que, cuando os di la noticia de mi enfermedad en la Eucaristía..., os decía que os agradecía vuestra oración porque siempre da la fuerza del Espíritu, pero que no quería milagros, que lo que quería era descubrir a Dios en la debilidad, y así ha sido: Dios se me ha hecho presente en los médicos, enfermeras y trabajadores del Sistema Hospitalario, signo del reino. Su sabiduría y amabilidad lo han hecho patente. También he descubierto a Dios en la familia. Ellos han sido el equipo de apoyo permanente, sin reservas, de día y de noche. Las distintas enfermedades nos han unido y relacionado más y más.

Mi familia es una familia numerosa, que todos conocéis, y ha sido la bendición y cercanía de Dios para mí. La riqueza está en las personas, no en las cosas. A este tema familiar quiero unir a los amigos y grupos que me han dado trabajo, como pretexto, para poder acompañarme en este proceso tan duro. 

También en ellos he tocado a Dios. Con una familia y unos amigos así, es más fácil llegar... También he descubierto la cercanía de Dios en el dolor contenido y expresado, en el no poder hacer... y tener que depender... Dios sólo se deja ver en la debilidad. Esto también es parte de lo que el cáncer ha hecho por mí, y por ello doy gracias a Dios que se me ha hecho más cercano y visible en ellos.
En el proceso he descubierto que la vida deja de ser una exigencia y una queja del "¿por qué a mí?", para convertirse en un don, en un regalo de cada día. Cada amanecer es un regalo de posibilidades y cada noche que te acuestas es una batalla ganada al tiempo por si llegan a aplicarse los nuevos descubrimientos y tecnologías... Por lo visto algunos hemos nacido demasiado pronto para llegar a estos cielos tecnológicos, pero seguimos haciendo camino... y el intento ha merecido la pena, no ha sido en vano. Desde la debilidad es más fácil aceptar que la vida también se hace al recibir, esto te cambia y es una maravilla. Se termina descubriendo y aceptando que la debilidad es fuerte, más fuerte que la fuerza: en concreto, mi enfermedad, y mi talante ante la misma, han evangelizado mucho más que todos mis sermones... Esto también es fruto del proceso canceroso, y por ello doy gracias a Dios que se me ha hecho más cercano y visible en la debilidad y la gratuidad.

Al final ya sólo aspiro a ser uno con la vida y con Dios. Eso es la salvación... Cuando habléis de mí, o de cualquier otro, y nos recordéis, no habléis como de alguien que murió, sino de quien sigue vivo en el Señor.

Un abrazo, desde el eterno ahora...

Jesús

10/11/10

Laicidad



La descriminalización del aborto y la unión civil de homosexuales, temas suscitados en la campaña electoral, dan la oportunidad de hacer una reflexión sobre la laicidad del Estado brasilero, expresión de la madurez de nuestra democracia.

Laico es un Estado que no es confesional; lo son, como ocurre todavía en varios países, los que establecen una religión, la mayoritaria, como oficial.

Laico es el Estado que no impone ninguna religión, pero las respeta todas, manteniéndose imparcial ante cada una de ellas. Esa imparcialidad no significa desconocer el valor espiritual y ético de una confesión religiosa. Pero por respeto a la conciencia, el Estado es garante del pluralismo religioso.

Debido a esta imparcialidad al Estado laico no le es permitido imponer, en materias controvertidas de ética, comportamientos derivados de dictámenes o dogmas de una religión, aunque sea dominante. Al entrar en el campo político y al asumir cargos en el aparato de Estado, no se pide a los ciudadanos religiosos que renuncien a sus convicciones religiosas. Lo único que se les exige es que no pretendan imponer su visión a todos los demás ni traducir en leyes generales sus propios puntos de vista particulares.

La laicidad obliga a todos a ejercer la razón comunicativa, a superar los dogmatismos en favor de una convivencia pacífica, y a buscar puntos de convergencia comunes ante los conflictos. En este sentido, la laicidad es un principio de la organización jurídica y social del Estado moderno.

Subyacente a la laicidad hay una filosofía humanística, base de la democracia sin fin: el respeto incondicional al ser humano y el valor de la conciencia individual, independiente de sus condicionamientos.

Se trata de una creencia, no en Dios, como en las religiones, que mejor podríamos llamar fe, sino de una creencia en el ser humano en sí mismo, como valor. Esta creencia se expresa mediante el reconocimiento del pluralismo y la convivencia entre todos.

No será fácil. Quien está convencido de la verdad de su posición, estará tentado a divulgarla y ganar adeptos para ella. Pero le está vedado usar medios masivos para hacerla valer a los otros. Esto sería proselitismo y fundamentalismo.

Laicidad no se confunde con laicismo. Este configura una actitud que busca erradicar las religiones de la sociedad, como ocurrió con el socialismo de versión soviética, por cualquier motivo que se aduzca, para dar espacio solamente a valores seculares y racionales. Este comportamiento es opuesto al religioso y no respeta a las personas religiosas.

Sectores de la Iglesia hacen daño a la laicidad cuando, como ocurrió entre nosotros, aconsejaron a sus miembros no votar a cierta candidata por apoyar la descriminalización del aborto por razones de salud pública o aceptar las uniones civiles de homosexuales. Esta actitud es inaceptable dentro de un régimen laico y democrático, que asegura la convivencia legítima de las diferencias.

La acción política tiene como objetivo la realización del bien común concretamente posible dentro de los límites de una determinada situación y de un cierto estado de conciencia colectivo. Puede ocurrir que, debido a muchas polémicas, no se consiga alcanzar el mejor bien común concretamente posible. En este caso es razonable, también para las Iglesias, acoger un bien menor o tolerar un mal menor para evitar un mal mayor.
La laicidad eleva a todos los ciudadanos religiosos a un mismo nivel de dignidad. Esta igualdad no invalida los particularismos propios de cada religión, solo exige de ella el reconocimiento de esta misma igualdad a las otras religiones.

Pero no hay solo la laicidad jurídica. Hay también una laicidad cultural y política que, entre nosotros, generalmente no es respetada. La mayoría de las sociedades actuales laicas están hegemonizadas por la cultura del capital. En ésta prevalecen valores materiales cuestionables como el individualismo, la exaltación de la propiedad privada, la laxitud de las costumbres y la magnificación del erotismo. Se utilizan los medios de comunicación de masas, en su mayor parte propiedad privada de algunas familias poderosas, que imponen su visión de las cosas.

Tal práctica atenta contra el estatuto laico de la sociedad. Esta debe mantener distancia y someter a crítica los «nuevos dioses». Estos son ídolos de una «religión laica» montada sobre el culto al progreso ilimitado, la tecnificación de toda vida y el hedonismo, sabiéndose que este culto es política y ecológicamente falso porque implica la explotación continuada de la naturaleza ya degradada y la exclusión social de mucha gente.

Incluso así, no se invalida la laicidad como valor social.