Marcos 10, 46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos
y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde
del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
"Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí." Muchos lo regañaban para
que se callara. Pero él gritaba más: "Hijo de David, ten compasión de
mí." Jesús se detuvo y dijo: "Llamadlo." Llamaron al ciego,
diciéndole: "Ánimo, levántate, que te llama." Soltó el manto, dio un
salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: "¿Qué quieres que haga por
ti?" El ciego le contestó: "Maestro, que pueda ver." Jesús le
dijo: "Anda, tu fe te ha curado." Y al momento recobró la vista y lo
seguía por el camino.
******||******
José Antonio Pagola
¿Qué podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro
corazón? ¿Es posible reaccionar? ¿Podemos salir de la indiferencia? Marcos
narra la curación del ciego Bartimeo para animar a sus lectores a vivir un
proceso que pueda cambiar sus vidas.
No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos
a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús.
«Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza para
seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del camino» que lleva Jesús,
sin tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas.
¿Qué podemos hacer? A pesar de su ceguera, Bartimeo «se
entera» de que, por su vida, está pasando Jesús. No puede dejar escapar la
ocasión y comienza a gritar una y otra vez: «ten compasión de mí». Esto
es siempre lo primero: abrirse a cualquier llamada o experiencia que nos invita
a curar nuestra vida.
El ciego no sabe recitar oraciones hechas por otros. Solo
sabe gritar y pedir compasión porque se siente mal. Este grito humilde y
sincero, repetido desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el
comienzo de una vida nueva. Jesús no pasará de largo.
El ciego sigue en el suelo, lejos de Jesús, pero escucha
atentamente lo que le dicen sus enviados: «¡Ánimo! Levántate. Te está
llamando». Primero, se deja animar abriendo un pequeño resquicio a la
esperanza. Luego, escucha la llamada a levantarse y reaccionar. Por último, ya
no se siente solo: Jesús lo está llamando. Esto lo cambia todo.
Bartimeo da tres pasos que van a cambiar su vida. «Arroja
el manto» porque le estorba para encontrarse con Jesús. Luego, aunque
todavía se mueve entre tinieblas, «da un salto» decidido. De esta manera
«se acerca» a Jesús. Es lo que necesitamos muchos de nosotros:
liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe; tomar, por fin, una decisión sin
dejarla para más tarde; y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva.
Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, el ciego no duda.
Sabe muy bien lo que necesita: «Maestro, que pueda ver». Es lo más
importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, su vida se
transforma. Cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario