Mateo 20,1-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los
Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros
para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los
mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la
plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré
lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e
hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
"¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le
respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id
también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al
capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los
últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y
recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que
recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se
pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una
hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del
día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna
injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle
a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que
quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?"
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
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José Antonio Pagola
A lo largo de su trayectoria profética, Jesús insistió una y
otra vez en comunicar su experiencia de Dios como «un misterio de bondad
insondable» que rompe todos nuestros cálculos. Su mensaje es tan revolucionario
que, después de veinte siglos, hay todavía cristianos que no se atreven a
tomarlo en serio.
Para contagiar a todos su experiencia de ese Dios bueno,
Jesús compara su actuación con la conducta sorprendente del señor de una viña.
Hasta cinco veces sale él mismo en persona a contratar jornaleros para su viña.
No parece preocuparle mucho su rendimiento en el trabajo. Lo que quiere es que
ningún jornalero se quede un día más sin trabajo.
Por eso mismo, al final de la jornada, no les paga
ajustándose al trabajo realizado por cada grupo. Aunque su trabajo ha sido muy
desigual, a todos les da «un denario»: sencillamente, lo que necesitaba cada
día una familia campesina de Galilea para poder sobrevivir.
Cuando el portavoz del primer grupo protesta porque ha
tratado a los últimos igual que a ellos, que han trabajado más que nadie, el
señor de la viña le responde con estas palabras admirables: «¿Vas a tener
envidia porque yo soy bueno?». ¿Me vas a impedir con tus cálculos mezquinos
ser bueno con quienes necesitan su pan para cenar?
¿Qué está sugiriendo Jesús? ¿Es que Dios no actúa con los
criterios de justicia e igualdad que nosotros manejamos? ¿Será verdad que Dios,
más que estar midiendo los méritos de las personas, como haríamos nosotros,
busca siempre responder desde su bondad insondable a nuestra necesidad radical
de salvación?
Confieso que siento una pena inmensa cuando me encuentro con
personas buenas que se imaginan a Dios dedicado a anotar cuidadosamente los
pecados y los méritos de los humanos, para retribuir un día exactamente a cada
uno según su merecido. ¿Es posible imaginar un ser más inhumano que alguien
entregado a esto desde toda la eternidad?
Creer en un Dios Amigo incondicional puede ser la
experiencia más liberadora que se pueda imaginar, la fuerza más vigorosa para
vivir y para morir. Por el contrario, vivir ante un Dios justiciero y
amenazador puede convertirse en la neurosis más peligrosa y destructora de la
persona.
Hemos de aprender a no confundir a Dios con nuestros
esquemas estrechos y mezquinos. No hemos de desvirtuar su bondad insondable
mezclando los rasgos auténticos que provienen de Jesús con trazos de un Dios
justiciero tomados de aquí y de allá. Ante el Dios bueno revelado en Jesús, lo
único que cabe es la confianza.
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