Marcos 16,15-20
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará;
el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán
estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán
serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño.
Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
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José Antonio Pagola
Los evangelistas describen con diferentes lenguajes la
misión que Jesús confía a sus seguidores. Según Mateo han de «hacer discípulos»
que aprendan a vivir como él les ha enseñado. Según Lucas, han de ser
«testigos» de lo que han vivido junto a él. Marcos lo resume todo diciendo que
han de «proclamar el Evangelio a toda la creación».
Quienes se acercan hoy a una comunidad cristiana no se
encuentran directamente con el Evangelio. Lo que perciben es el funcionamiento
de una religión envejecida, con graves signos de crisis. No pueden identificar
con claridad en el interior de esa religión la Buena Noticia proveniente del
impacto provocado por Jesús hace veinte siglos.
Por otra parte, muchos cristianos no conocen directamente el
Evangelio. Todo lo que saben de Jesús y su mensaje es lo que pueden reconstruir
de manera parcial y fragmentaria, recordando lo que han escuchado a catequistas
y predicadores. Viven su religión privados del contacto personal con el
Evangelio.
¿Cómo podrán proclamarlo si no lo conocen en sus propias
comunidades? El Concilio Vaticano II ha recordado algo demasiado olvidado en
estos momentos: «El Evangelio es, en todos los tiempos, el principio de toda su
vida para la Iglesia». Ha llegado el momento de entender y configurar la
comunidad cristiana como un lugar donde lo primero es acoger el Evangelio de
Jesús.
Nada puede regenerar el tejido en crisis de nuestras
comunidades como la fuerza del Evangelio. Solo la experiencia directa e
inmediata del Evangelio puede revitalizar la Iglesia. Dentro de unos años,
cuando la crisis nos obligue a centrarnos solo en lo esencial, veremos con
claridad que nada es más importante hoy para los cristianos que reunirnos a
leer, escuchar y compartir juntos los relatos evangélicos.
Lo primero es creer en la fuerza regeneradora del Evangelio.
Los relatos evangélicos enseñan a vivir la fe no por obligación, sino por
atracción. Hacen vivir la vida cristiana no como deber, sino como irradiación y
contagio. Es posible introducir en las parroquias una dinámica nueva. Reunidos
en pequeños grupos, en contacto con el Evangelio, iremos recuperando nuestra
verdadera identidad de seguidores de Jesús.
Hemos de volver al Evangelio como nuevo comienzo. Ya no
sirve cualquier programa o estrategia pastoral. Dentro de unos años, escuchar
juntos el Evangelio de Jesús no será una actividad más entre otras, sino la
matriz desde la que comenzará la regeneración de la fe cristiana en las
pequeñas comunidades dispersas en medio de una sociedad secularizada.
Tiene razón el papa Francisco cuando nos dice que el
principio y motor de la renovación de la Iglesia en estos tiempos hemos de
encontrarlo en «volver a la fuente y recuperar la frescura original del
Evangelio».
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