Mateo 24,37-44
(1 Adviento – A)
Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de
Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los
hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el
arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos;
lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en
el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán
moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en
vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si
supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en
vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
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José Antonio Pagola
¿SEGUIMOS DESPIERTOS?
Un día la historia apasionante de los hombres terminará, como
termina inevitablemente la vida de cada uno de nosotros. Los evangelios ponen
en boca de Jesús un discurso sobre este final, y siempre destacan una
exhortación: «vigilad», «estad alerta», «vivid despiertos». Las primeras
generaciones cristianas dieron mucha importancia a esta vigilancia. El fin del
mundo no llegaba tan pronto como algunos pensaban. Sentían el riesgo de irse
olvidando poco a poco de Jesús y no querían que los encontrara un día «dormidos».
Han pasado muchos siglos desde entonces. ¿Cómo vivimos los
cristianos de hoy?, ¿seguimos despiertos o nos hemos ido durmiendo poco a poco?
¿Vivimos atraídos por Jesús o distraídos por toda clase de cuestiones
secundarias? ¿Le seguimos a él o hemos aprendido a vivir al estilo de todos?
Vigilar es antes que nada despertar de la inconsciencia.
Vivimos el «sueño» de ser cristianos cuando, en realidad, no pocas veces
nuestros intereses, actitudes y estilo de vivir no son los de Jesús. Este
«sueño» nos protege de buscar nuestra conversión personal y la de la Iglesia.
Si no «despertamos», seguiremos engañándonos a nosotros mismos.
Vigilar es vivir atentos a la realidad. Escuchar los gemidos
de los que sufren. Sentir el amor de Dios a la vida. Vivir más atentos a su
presencia misteriosa entre nosotros. Sin esta sensibilidad no es posible
caminar tras los pasos de Jesús.
Vivimos a veces inmunizados a las llamadas del evangelio.
Tenemos corazón, pero se nos ha endurecido; tenemos oídos, pero no escuchamos
lo que Jesús escuchaba; tenemos ojos, pero no vemos la vida como la veía él, ni
miramos a las personas como él las miraba. Puede ocurrir entonces lo que Jesús
quería evitar entre sus seguidores: verlos como «ciegos conduciendo a otros
ciegos».
Si no despertamos, a todos nos puede ocurrir lo de aquellos
de la parábola que todavía, al final de los tiempos, preguntaban: «Señor,
¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o extranjero, o desnudo, o enfermo, o
en la cárcel, y no te asistimos?»