Juan 18,33-37 (Jesucristo, Rey del universo – B)
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José Antonio Pagola
Es raro que una persona pueda
vivir la vida entera sin plantearse nunca el sentido último de la existencia.
Por muy frívolo que sea el discurrir de sus días, tarde o temprano se producen
«momentos de ruptura» que pueden hacer brotar en la persona interrogantes de
fondo sobre el problema de la vida.
Hay horas de intensa felicidad
que nos obligan a preguntarnos por qué la vida no es siempre dicha y plenitud.
Momentos de desgracia que despiertan en nosotros pensamientos sombríos: ¿por
qué tanto sufrimiento?, ¿merece la pena vivir? Instantes de mayor lucidez que
nos conducen a las cuestiones fundamentales: ¿quién soy yo? ¿Qué es la vida?
¿Qué me espera?
Tarde o temprano, de una
manera u otra, toda persona termina por plantearse un día el sentido de la
vida. Todo puede quedar ahí o puede también despertarse de manera callada, pero
inevitable, la cuestión de Dios. Las reacciones pueden ser entonces muy diversas.
Hay quienes hace tiempo han
abandonado, si no a Dios, sí un mundo de cosas que tenían relación con Dios: la
Iglesia, la misa dominical, los dogmas. Poco a poco se han ido desprendiendo de
algo que ya no tiene interés alguno para ellos. Abandonado todo ese mundo
religioso, ¿qué hacer ahora ante la cuestión de Dios?
Otros han abandonado incluso
la idea de Dios. No tienen necesidad de él. Les parece algo inútil y superfluo.
Dios no les aportaría nada positivo. Al contrario, tienen la impresión de que
les complicaría la existencia. Aceptan la vida tal como es, y siguen su camino
sin preocuparse excesivamente del final.
Otros viven envueltos en la
incertidumbre. No están seguros de nada: ¿qué es creer en Dios? ¿Cómo se puede
uno relacionar con él? ¿Quién sabe algo de estas cosas? Mientras tanto, Dios no
se impone. No fuerza desde el exterior con pruebas ni evidencias. No se revela
desde dentro con luces o revelaciones. Solo es silencio, oportunidad,
invitación respetuosa...
Lo primero ante Dios es ser
honestos. No andar eludiendo su presencia con planteamientos poco sinceros.
Quien se esfuerza por buscar a Dios con honradez y verdad no está lejos de él.
No hemos de olvidar unas palabras de Jesús que pueden iluminar a quien vive en
la incertidumbre religiosa: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz».