Cuando ya iba acercándose el tiempo de su Pascua, Jesús tomó la firme decisión de dirigirse a Jerusalén. Envió por delante mensajeros que entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero como Jesús se dirigía a Jerusalén, los samaritanos se negaron a recibirlo. Al ver esto, los discípulos Santiago y Juan dijeron:
— Señor, ¿ordenamos que descienda fuego del cielo y los destruya?
Pero Jesús, encarándose con ellos, los reprendió con severidad.
Y se fueron a otra aldea.
Mientras iban de camino, dijo uno a Jesús:
— Estoy dispuesto a seguirte adondequiera que vayas.
Jesús le contestó:
— Las zorras tienen guaridas y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza.
A otro le dijo:
— Sígueme.
A lo que respondió el interpelado:
— Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre.
Jesús le contestó:
— Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú dedícate a anunciar el reino de Dios.
Otro le dijo también:
— Estoy dispuesto a seguirte, Señor, pero permíteme que primero me despida de los míos.
Jesús le contestó:
— Nadie que ponga su mano en el arado y mire atrás es apto para el reino de Dios.
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Comentarios: José Antonio Pagola
Jesús
emprende con decisión su marcha hacia Jerusalén. Sabe el peligro que corre en
la capital, pero nada lo detiene. Su vida solo tiene un objetivo: anunciar y
promover el proyecto del reino de Dios. La marcha comienza mal: los samaritanos
lo rechazan. Está acostumbrado: lo mismo le ha sucedido en su pueblo de
Nazaret.
Jesús sabe que no es fácil acompañarlo
en su vida de profeta itinerante. No puede ofrecer a sus seguidores la
seguridad y el prestigio que pueden prometer los letrados de la ley a sus
discípulos. Jesús no engaña a nadie. Quienes lo quieran seguir tendrán que
aprender a vivir como él.
Mientras van de camino, se le acerca
un desconocido. Se le ve entusiasmado:”Te seguiré adonde vayas”. Antes
que nada, Jesús le hace ver que no espere de él seguridad, ventajas ni
bienestar. Él mismo “no tiene dónde reclinar su cabeza”. No tiene casa,
come lo que le ofrecen, duerme donde puede.
No nos engañemos. El gran obstáculo
que nos impide hoy a muchos cristianos seguir de verdad a Jesús es el bienestar
en el que vivimos instalados. Nos da miedo tomarle en serio porque sabemos que
nos exigiría vivir de manera más generosa y solidaria. Somos esclavos de
nuestro pequeño bienestar. Tal vez, la crisis económica nos puede hacer más humanos
y más cristianos.
Otro pide a Jesús que le deje ir a
enterrar a su padre antes de seguirlo. Jesús le responde con un juego de
palabras provocativo y enigmático: “Deja que los muertos entierren a sus
muertos, tú vete a anunciar el reino de Dios”. Estas palabras
desconcertantes cuestionan nuestro estilo convencional de vivir.
Hemos de ensanchar el horizonte en el
que nos movemos. La familia no lo es todo. Hay algo más importante. Si nos
decidimos a seguir a Jesús, hemos de pensar también en la familia humana: nadie
debería vivir sin hogar, sin patria, sin papeles, sin derechos. Todos podemos
hacer algo más por un mundo más justo y fraterno.
Otro está dispuesto a seguirlo, pero
antes se quiere despedir de su familia. Jesús le sorprende con estas palabras: “El
que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”.
Colaborar en el proyecto de Jesús exige dedicación total, mirar hacia adelante
sin distraernos, caminar hacia el futuro sin encerrarnos en el pasado.
Recientemente, el Papa Francisco nos
ha advertido de algo que está pasando hoy en la Iglesia: “ Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, sacándonos
de nuestros horizontes, con frecuencia limitados, cerrados y egoístas, para
abrirnos a los suyos.