En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia."
Él le contestó: "Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?"
Y dijo a la gente: "Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes."
Y les propuso una parábola: "Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos:
¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha."
Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida."
Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? "
Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios."
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Comentarios: José Antonio Pagola
Cada
vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la
Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades
crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos
se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada
vez más grandes.
En un pequeño relato, conservado por
Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto
querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola
para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino
para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.
Un rico terrateniente se ve
sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué
haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que
solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los
necesitados.
El rico de la parábola planifica su
vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más
grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos
años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:”túmbate, come, bebe y date
buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil,
esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién
será?”.
Este hombre reduce su existencia a
disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él
y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no
existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El
juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.
En estos momentos, prácticamente en
todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el
hecho más sombrío e inhumano: ”los ricos, sobre todo los más ricos, se van
haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se
van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).
Este hecho no es algo normal. Es,
sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos
cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la
búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el
acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.
Desde la Iglesia de Jesús, presente en
toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta
insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.