Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos
para comer, y ellos le estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:
—«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá:
"Cédele el puesto a éste."
Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga:
"Amigo, sube más arriba."
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Y dijo al que lo había invitado:
—«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado.
Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
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Comentarios: José Antonio Pagola.
Jesús asiste a un banquete invitado
por “uno de los principales fariseos” de la región. Es una comida
especial de sábado, preparada desde la víspera con todo esmero. Como es
costumbre, los invitados son amigos del anfitrión, fariseos de gran prestigio,
doctores de la ley, modelo de vida religiosa para todo el pueblo.
Al parecer, Jesús no se siente cómodo.
Echa en falta a sus amigos los pobres. Aquellas gentes que encuentra mendigando
por los caminos. Los que nunca son invitados por nadie. Los que no cuentan:
excluidos de la convivencia, olvidados por la religión, despreciados por casi
todos. Ellos son los que habitualmente se sientan a su mesa.
Antes de despedirse, Jesús se dirige
al que lo ha invitado. No es para agradecerle el banquete, sino para sacudir su
conciencia e invitarle a vivir con un estilo de vida menos convencional y más
humano: “No invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes ni a
los vecinos ricos porque corresponderán invitándote... Invita a los pobres,
lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú porque no pueden pagarte; te pagarán
cuando resuciten los justos”.
Una vez más, Jesús se esfuerza por
humanizar la vida rompiendo, si hace falta, esquemas y criterios de actuación
que nos pueden parecer muy respetables, pero que, en el fondo, están indicando
nuestra resistencia a construir ese mundo mas humano y fraterno, querido por
Dios.
De ordinario, vivimos instalados en un
círculo de relaciones familiares, sociales, políticas o religiosas con las que
nos ayudamos mutuamente a cuidar de nuestros intereses dejando fuera a quienes
nada nos pueden aportar. Invitamos a nuestra vida a los que, a su vez, nos
pueden invitar. Eso es todo.
Esclavos de unas relaciones
interesadas, no somos conscientes de que nuestro bienestar solo se sostiene
excluyendo a quienes más necesitan de nuestra solidaridad gratuita, sencillamente, para
poder vivir. Hemos de escuchar los gritos evangélicos del Papa Francisco en la
pequeña isla de Lampedusa: “La cultura del bienestar nos hace insensibles a los
gritos de los demás”. “Hemos caído en la globalización de la indiferencia”.
“Hemos perdido el sentido de la responsabilidad”.
Los
seguidores de Jesús hemos de recordar que abrir caminos al Reino de Dios no
consiste en construir una sociedad más religiosa o en promover un sistema
político alternativo a otros también posibles, sino, ante todo, en generar y
desarrollar unas relaciones más humanas que hagan posible unas condiciones de
vida digna para todos empezando por los últimos.