Marcos 1,21-28
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún,
y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron
asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con
autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu
inmundo, y se puso a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?
¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios." Jesús
le increpó: "Cállate y sal de él." El espíritu inmundo lo retorció y,
dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: "¿Qué
es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos
les manda y le obedecen." Su fama se extendió en seguida por todas partes,
alcanzando la comarca entera de Galilea.
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José Antonio Pagola
El episodio es sorprendente y sobrecogedor. Todo ocurre en
la «sinagoga», el lugar donde se enseña oficialmente la Ley, tal como es
interpretada por los maestros autorizados. Sucede en «sábado», el día en que
los judíos observantes se reúnen para escuchar el comentario de sus dirigentes.
Es en este marco donde Jesús comienza por vez primera a «enseñar».
Nada se dice del contenido de sus palabras. No es eso lo que
aquí interesa, sino el impacto que produce su intervención. Jesús provoca
asombro y admiración. La gente capta en él algo especial que no encuentra en
sus maestros religiosos: Jesús «no enseña como los escribas, sino con
autoridad».
Los letrados enseñan en nombre de la institución. Se atienen
a las tradiciones. Citan una y otra vez a maestros ilustres del pasado. Su autoridad
proviene de su función de interpretar oficialmente la Ley. La autoridad de
Jesús es diferente. No viene de la institución. No se basa en la tradición.
Tiene otra fuente. Está lleno del Espíritu vivificador de Dios.
Lo van a poder comprobar enseguida. De forma inesperada, un
poseído interrumpe a gritos su enseñanza. No la puede soportar. Está
aterrorizado: «¿Has venido a acabar con nosotros?» Aquel hombre se
sentía bien al escuchar la enseñanza de los escribas. ¿Por qué se siente ahora
amenazado.
Jesús no viene a destruir a nadie. Precisamente su
«autoridad» está en dar vida a las personas. Su enseñanza humaniza y libera de
esclavitudes. Sus palabras invitan a confiar en Dios. Su mensaje es la mejor
noticia que puede escuchar aquel hombre atormentado interiormente. Cuando Jesús
lo cura, la gente exclama: «este enseñar con autoridad es nuevo».
Los sondeos indican que la palabra de la Iglesia está
perdiendo autoridad y credibilidad. No basta hablar de manera autoritaria para
anunciar la Buena Noticia de Dios. No es suficiente transmitir correctamente la
tradición para abrir los corazones a la alegría de la fe. Lo que necesitamos
urgentemente es un enseñar nuevo.
No somos «escribas», sino discípulos de Jesús. Hemos de
comunicar su mensaje, no nuestras tradiciones. Hemos de enseñar curando la
vida, no adoctrinando las mentes. Hemos de anunciar su Espíritu, no nuestras
teologías.