Mateo 16,21-27
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a
Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y
escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»
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José Antonio Pagola
El dicho está recogido en todos los evangelios y se repite
hasta seis veces: «El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que
pierda su vida por mí la encontrará». Jesús no está hablando de un tema
religioso. Está planteando a sus discípulos cuál es el verdadero valor de la
vida.
El dicho está expresado de manera paradójica y provocativa.
Hay dos maneras muy diferentes de orientar la vida: una conduce a la salvación;
la otra, a la perdición. Jesús invita a todos a seguir el camino que parece más
duro y menos atractivo, pues conduce al ser humano a la salvación definitiva.
El primer camino consiste en aferrarse a la vida viviendo
exclusivamente para uno mismo: hacer del propio «yo» la razón última y el
objetivo supremo de la existencia. Este modo de vivir, buscando siempre la
propia ganancia o ventaja, conduce al ser humano a la perdición.
El segundo camino consiste en saber perder viviendo como
Jesús, abiertos al objetivo último del proyecto humanizador del Padre: saber
renunciar a la propia seguridad o ganancia, buscando no solo el propio bien,
sino también el de los demás. Este modo generoso de vivir conduce al ser humano
a su salvación.
Jesús está hablando desde su fe en un Dios salvador, pero sus
palabras son una grave advertencia para todos. ¿Qué futuro le espera a una
humanidad dividida y fragmentada donde los poderes económicos buscan su propio
beneficio; los países su propio bienestar; los individuos su propio interés?
La lógica que dirige en estos momentos la marcha del mundo
es irracional. Los pueblos y los individuos estamos cayendo poco a poco en la
esclavitud del «tener siempre más». Todo es poco para sentirnos satisfechos.
Para vivir bien necesitamos siempre más productividad, más consumo, más
bienestar material, más poder sobre los demás.
Buscamos insaciablemente bienestar, pero, ¿no nos estamos
deshumanizando siempre un poco más? Queremos «progresar» cada vez más, pero,
¿qué progreso es este que nos lleva a abandonar a millones de seres humanos en
la miseria, el hambre y la desnutrición? ¿Cuántos años podremos disfrutar de
nuestro bienestar cerrando nuestras fronteras a los hambrientos y a quienes
buscan entre nosotros refugio de tantas guerras?
Si los
países privilegiados solo buscamos «salvar» nuestro nivel de bienestar, si no
queremos perder nuestro potencial económico, jamás daremos pasos hacia una
solidaridad a nivel mundial. Pero no nos engañemos. El mundo será cada vez más
inseguro y más inhabitable para todos, también para nosotros. Para salvar la
vida humana en el mundo hemos de aprender a perder.