Juan 10, 1-10
En aquel tiempo, dijo Jesús:«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».
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José Antonio
Pagola
Jesús
propone a un grupo de fariseos un relato metafórico en el que critica con
dureza a los dirigentes religiosos de Israel. La escena está tomada de la vida
pastoril. El rebaño está recogido dentro de un aprisco, rodeado por un vallado
o pequeño muro, mientras un guarda vigila el acceso. Jesús centra precisamente
su atención en esa «puerta» que permite llegar hasta las ovejas.
Hay dos
maneras de entrar en el redil. Todo depende de lo que uno pretenda hacer con el
rebaño. Si alguien se acerca al redil y «no entra por la puerta», sino que
salta «por otra parte», es evidente que no es el pastor. No viene a cuidar a su
rebaño. Es «un extraño» que viene a «robar, matar y hacer daño».
La actuación
del verdadero pastor es muy diferente. Cuando se acerca al redil, «entra por la
puerta», va llamando a las ovejas por su nombre y ellas atienden su voz. Las
saca fuera y, cuando las ha reunido a todas, se pone a la cabeza y va caminando
delante de ellas hacia los pastos donde se podrán alimentar. Las ovejas lo
siguen porque reconocen su voz.
¿Qué secreto
se encierra en esa «puerta» que legitima a los verdaderos pastores que pasan
por ella y desenmascara a los extraños que entran «por otra parte», no para
cuidar del rebaño, sino para hacerle daño? Los fariseos no entienden de qué les
está hablando aquel Maestro.
Entonces
Jesús les da la clave del relato: «Os aseguro que yo soy la puerta de las
ovejas». Quienes entran por el camino abierto por Jesús y le siguen
viviendo su evangelio son verdaderos pastores: sabrán alimentar a la comunidad
cristiana. Quienes entran en el redil dejando de lado a Jesús e ignorando su
causa son pastores extraños: harán daño al pueblo cristiano.
En no pocas
Iglesias estamos sufriendo todos mucho: los pastores y el pueblo de Dios. Las
relaciones entre la jerarquía y el pueblo cristiano se viven con frecuencia de
manera recelosa, crispada y conflictiva: hay obispos que se sienten rechazados;
hay sectores cristianos que se sienten marginados.
Sería
demasiado fácil atribuirlo todo al autoritarismo abusivo de la jerarquía o a la
insumisión inaceptable de los fieles. La raíz es más profunda y compleja. Hemos
creado entre todos una situación difícil. Hemos perdido la paz. Vamos a
necesitar cada vez más a Jesús.
Hemos de
hacer crecer entre nosotros el respeto mutuo y la comunicación, el diálogo y la
búsqueda sincera de verdad evangélica. Necesitamos respirar cuanto antes un
clima más amable en la Iglesia. No saldremos de esta crisis si no volvemos
todos al espíritu de Jesús. Él es «la puerta».