Mateo 18,15-20 (23 Tiempo ordinario - A)
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discipulos: "Si tu hermano peca contra ti,
repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o
a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres
testigos. Si no les
hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad,
considéralo como un pagano o un publicano. En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará
atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en
los cielos. Os digo,
además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir
algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy
yo en medio de ellos". ************||************
José Antonio Pagola
Al parecer,
a las primeras generaciones cristianas no les preocupaba mucho el número. A
finales del siglo I eran solo unos veinte mil, perdidos en medio del Imperio
romano. ¿Eran muchos o eran pocos? Ellos formaban la Iglesia de Jesús, y lo
importante era vivir de su Espíritu. Pablo invita constantemente a los miembros
de sus pequeñas comunidades a que «vivan en Cristo». El cuarto evangelio
exhorta a sus lectores a que «permanezcan en él».
Mateo, por
su parte, pone en labios de Jesús estas palabras: «Donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». En la Iglesia de Jesús
no se puede estar de cualquier manera: por costumbre, por inercia o por miedo.
Sus seguidores han de estar «reunidos en su nombre», convirtiéndose a él,
alimentándose de su evangelio. Esta es también hoy nuestra primera tarea,
aunque seamos pocos, aunque seamos dos o tres.
Reunirse en
el nombre de Jesús es crear un espacio para vivir la existencia entera en torno
a él y desde su horizonte. Un espacio espiritual bien definido no por
doctrinas, costumbres o prácticas, sino por el Espíritu de Jesús, que nos hace
vivir con su estilo.
El centro de
este «espacio Jesús» lo ocupa la narración del evangelio. Es la experiencia
esencial de toda comunidad cristiana: «hacer memoria de Jesús», recordar sus
palabras, acogerlas con fe y actualizarlas con gozo. Ese arte de acoger el
evangelio desde nuestra vida nos permite entrar en contacto con Jesús y vivir
la experiencia de ir creciendo como discípulos y seguidores suyos.
En este
espacio creado en su nombre vamos caminando, no sin debilidades y pecado, hacia
la verdad del evangelio, descubriendo juntos el núcleo esencial de nuestra fe y
recuperando nuestra identidad cristiana en medio de una Iglesia a veces tan
debilitada por la rutina y tan paralizada por los miedos.
Este espacio
dominado por Jesús es lo primero que hemos de cuidar, consolidar y profundizar
en nuestras comunidades y parroquias. No nos engañemos. La renovación de la
Iglesia comienza siempre en el corazón de dos o tres creyentes que se reúnen en
el nombre de Jesús.



