Lucas 4,21-30 (4 Tiempo ordinario - C)
Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
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José Antonio Pagola
Pronto pudo ver Jesús lo que podía esperar de su propio
pueblo. Los evangelistas no nos han ocultado la resistencia, el escándalo y la
contradicción que encontró, incluso en los ambientes más cercanos. Su actuación
libre y liberadora resultaba demasiado molesta. Su comportamiento ponía en
peligro demasiados intereses.
Jesús lo sabe desde el inicio de su actividad profética. Es
difícil que alguien que se decide a actuar escuchando fielmente a Dios sea bien
aceptado en un pueblo que vive de espaldas a él. «Ningún profeta es bien mirado
en su tierra».
Los creyentes no lo debiéramos olvidar. No se puede
pretender seguir fielmente a Jesús y no provocar, de alguna manera, la
reacción, la crítica y hasta el rechazo de quienes, por diversos motivos, no
pueden estar de acuerdo con un planteamiento evangélico de la vida.
Nos resulta difícil vivir a contracorriente. Nos da miedo
ser diferentes. Hace mucho tiempo que está de moda «estar a la moda». Y no solo
cuando se trata de adquirir el traje de invierno o escoger los colores de
verano. El «dictado de la moda» nos impone los gestos, las maneras, el
lenguaje, las ideas, las actitudes y las posiciones que hemos de defender.
Se necesita una gran dosis de coraje para ser fieles a las
propias convicciones, cuando todo el mundo se acomoda y adapta a «lo que se
lleva». Es más fácil vivir sin un proyecto personal de vida, dejándonos llevar
por el convencionalismo. Es más fácil instalarnos cómodamente en la vida y
vivir según lo que nos dictan desde fuera.
Al comienzo, quizá uno escucha todavía esa voz interior que
le dice que no es ese el camino acertado para crecer como persona ni como
creyente. Pero pronto nos tranquilizamos. No queremos pasar por un «anormal» o
un «extraño». Se está más seguro sin salirse del rebaño.
Y así seguimos caminando. En rebaño. Mientras desde el
Evangelio se nos sigue invitando a ser fieles al proyecto de Jesús, incluso
cuando pueda acarrearnos la crítica y el rechazo por parte de la sociedad, e
incluso dentro de la Iglesia.