1/11/22

¿ES RIDÍCULO ESPERAR EN DIOS?

 Lucas 20,27-38      (32 Tiempo ordinario – C)


Se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». 

 

******//******

 

José Antonio Pagola


Los saduceos no gozaban de popularidad entre las gentes de las aldeas. Era un sector compuesto por familias ricas pertenecientes a la élite de Jerusalén, de tendencia conservadora, tanto en su manera de vivir la religión como en su política de buscar un entendimiento con el poder de Roma. No sabemos mucho más.

Lo que podemos decir es que «negaban la resurrección». La consideraban una «novedad» propia de gente ingenua. No les preocupaba la vida más allá de la muerte. A ellos les iba bien en esta vida. ¿Para qué preocuparse de más?

Un día se acercan a Jesús para ridiculizar la fe en la resurrección. Le presentan un caso absolutamente irreal, fruto de su fantasía. Le hablan de siete hermanos que se han ido casando sucesivamente con la misma mujer, para asegurar la continuidad del nombre, el honor y la herencia a la rama masculina de aquellas poderosas familias saduceas de Jerusalén. Es de lo único que entienden.

Jesús critica su visión de la resurrección: es ridículo pensar que la vida definitiva junto a Dios vaya a consistir en reproducir y prolongar la situación de esta vida, y en concreto de esas estructuras patriarcales de las que se benefician los varones ricos.

La fe de Jesús en la otra vida no consiste en algo tan irrisorio: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob no es un Dios de muertos, sino de vivos». Jesús no puede ni imaginarse que a Dios se le vayan muriendo sus hijos; Dios no vive por toda la eternidad rodeado de muertos. Tampoco puede imaginar que la vida junto a Dios consista en perpetuar las desigualdades, injusticias y abusos de este mundo.

Cuando se vive de manera frívola y satisfecha, disfrutando del propio bienestar y olvidando a quienes viven sufriendo, es fácil pensar solo en esta vida. Puede parecer hasta ridículo alimentar otra esperanza.

Cuando se comparte un poco el sufrimiento de las mayorías pobres, las cosas cambian: ¿qué decir de los que mueren sin haber conocido el pan, la salud o el amor?, ¿qué decir de tantas vidas malogradas o sacrificadas injustamente? ¿Es ridículo alimentar la esperanza en Dios?




24/10/22

JESÚS AMA A LOS RICOS

 Lucas 19,1-10     (31 Tiempo ordinario – C)


Entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

 

******/******


José Antonio Pagola


El encuentro de Jesús con el rico Zaqueo es un relato conocido. La escena ha sido muy trabajada por Lucas, preocupado tal vez por la dificultad que encontraban algunas familias ricas para integrarse en las primeras comunidades cristianas.

Zaqueo es un rico bien conocido en Jericó. «Pequeño de estatura», pero poderoso «jefe de los recaudadores» que controlan el paso de mercancías en una importante encrucijada de caminos. No es un hombre querido. La gente lo considera «pecador», excluido de la Alianza. Vive explotando a los demás. «No es hijo de Abrahán».

Sin embargo, este hombre quiere ver «quién es Jesús». Ha oído hablar de él, pero no lo conoce. No le importa hacer el ridículo actuando de manera poco acorde con su dignidad: como un chiquillo más, «corre» para tomar la delantera a todos y «se sube a una higuera». Solo busca «ver» a Jesús. Probablemente ni él mismo sabe que está buscando paz, verdad, un sentido más digno para su vida.

Al llegar Jesús a aquel punto, «levanta los ojos» y ve a Zaqueo. El relato sugiere un intercambio de miradas entre el profeta defensor de los pobres y aquel rico explotador. Jesús lo llama por su nombre: «Zaqueo, baja enseguida». No hay que perder más tiempo. «Hoy mismo tengo que alojarme en tu casa y estar contigo». Jesús quiere entrar en el mundo de este rico.

Zaqueo le abre la puerta de su casa con alegría. Le deja entrar en su mundo de dinero y poder, mientras en Jericó todos critican a Jesús por haber entrado «en casa de un pecador».

Al contacto con Jesús, Zaqueo cambia. Empieza a pensar en los «pobres»: compartirá con ellos sus bienes. Se acuerda de los que son víctimas de sus negocios: les devolverá con creces lo que les ha robado. Deja que Jesús introduzca en su vida verdad, justicia y compasión. Zaqueo se siente otro. Con Jesús todo es posible.

Jesús se alegra porque la «salvación» ha llegado también a esa casa poderosa y rica. A esto ha venido él: «a buscar y salvar lo que está perdido». Jesús es sincero: la vida de quienes son esclavos del dinero son vidas perdidas, vidas sin verdad, sin justicia y sin compasión hacia los que sufren. Pero Jesús ama a los ricos. No quiere que ninguno de ellos eche a perder su vida. Todo rico que le deje entrar en su mundo experimentará su fuerza salvadora.




18/10/22

DESCONCERTANTE

 Lucas 18,9-14     (30 Tiempo ordinario – C)


Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». 

******\/******

José Antonio Pagola


Fue una de las parábolas más desconcertantes de Jesús. Un piadoso fariseo y un recaudador de impuestos suben al templo a orar. ¿Cómo reaccionará Dios ante dos personas de vida moral y religiosa tan diferente y opuesta?

El fariseo ora de pie, seguro y sin temor alguno. Su conciencia no le acusa de nada. No es hipócrita. Lo que dice es verdad. Cumple fielmente la Ley, e incluso la sobrepasa. No se atribuye a sí mismo mérito alguno, sino que todo lo agradece a Dios: «¡Oh, Dios!, te doy gracias». Si este hombre no es santo, ¿quién lo va a ser? Seguro que puede contar con la bendición de Dios.

El recaudador, por el contrario, se retira a un rincón. No se siente cómodo en aquel lugar santo. No es su sitio. Ni siquiera se atreve a levantar sus ojos del suelo. Se golpea el pecho y reconoce su pecado. No promete nada. No puede dejar su trabajo ni devolver lo que ha robado. No puede cambiar de vida. Solo le queda abandonarse a la misericordia de Dios: «¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador». Nadie querría estar en su lugar. Dios no puede aprobar su conducta.

De pronto, Jesús concluye su parábola con una afirmación desconcertante: «Yo os digo que este recaudador bajó a su casa justificado, y aquel fariseo no». A los oyentes se les rompen todos sus esquemas. ¿Cómo puede decir que Dios no reconoce al piadoso y, por el contrario, concede su gracia al pecador? ¿No está Jesús jugando con fuego? ¿Será verdad que, al final, lo decisivo no es la vida religiosa de uno, sino la misericordia insondable de Dios?

Si es verdad lo que dice Jesús, ante Dios no hay seguridad para nadie, por muy santo que se crea. Todos hemos de recurrir a su misericordia. Cuando uno se siente bien consigo mismo, apela a su propia vida y no siente necesidad de más. Cuando uno se ve acusado por su conciencia y sin capacidad para cambiar, solo siente necesidad de acogerse a la compasión de Dios, y solo a la compasión.

Hay algo fascinante en Jesús. Es tan desconcertante su fe en la misericordia de Dios que no es fácil creer en él. Probablemente los que mejor le pueden entender son quienes no tienen fuerzas para salir de su vida inmoral.