Mateo 22,1-14
En aquel tiempo, de nuevo tomó
Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos
del pueblo: "El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la
boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda,
pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran:
"Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo
está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se
marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los
criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus
tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no
se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que
encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y
reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se
llenó de comensales. [Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en
uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado
aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey
dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las
tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos
son los llamados y pocos los escogidos."]
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Comentarios: José Antonio Pagola
Jesús conocía muy bien cómo disfrutaban
los campesinos de Galilea en las bodas que se celebraban en las aldeas. Sin
duda, él mismo tomó parte en más de una. ¿Qué experiencia podía haber más
gozosa para aquellas gentes que ser invitados a una boda y poder sentarse con
los vecinos a compartir juntos un banquete de bodas?
Este recuerdo vivido desde niño le
ayudó en algún momento a comunicar su experiencia de Dios de una manera nueva y
sorprendente. Según Jesús, Dios está preparando un banquete final para todos
sus hijos pues a todos los quiere ver sentados, junto a él, disfrutando para
siempre de una vida plenamente dichosa.
Podemos decir que Jesús entendió su
vida entera como una gran invitación a una fiesta final en nombre de Dios. Por
eso, Jesús no impone nada a la fuerza, no presiona a nadie. Anuncia la Buena
Noticia de Dios, despierta la confianza en el Padre, enciende en los corazones
la esperanza. A todos les ha de llegar su invitación.
¿Qué ha sido de esta invitación de
Dios? ¿Quién la anuncia? ¿Quién la escucha? ¿Dónde se habla en la Iglesia de
esta fiesta final? Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a lo que no sea
nuestros intereses inmediatos, nos parece que ya no necesitamos de Dios ¿Nos
acostumbraremos poco a poco a vivir sin necesidad de alimentar una esperanza
última?
Jesús era realista. Sabía que la
invitación de Dios puede ser rechazada. En la parábola de “los invitados a la
boda” se habla de diversas reacciones de los invitados. Unos rechazan la
invitación de manera consciente y rotunda: “no quisieron ir. Otros
responden con absoluta indiferencia: “no hicieron caso”. Les importan
más sus tierras y negocios.
Pero, según la parábola, Dios no se
desalienta. Por encima de todo, habrá una fiesta final. El deseo de Dios es que
la sala del banquete se llene de invitados. Por eso, hay que ir a “los
cruces de los caminos”, por donde caminan tantas gentes errantes, que viven
sin esperanza y sin futuro. La Iglesia ha de seguir anunciando con fe y alegría
la invitación de Dios proclamada en el Evangelio de Jesús.
El papa Francisco está preocupado por
una predicación que se obsesiona “por la transmisión desarticulada de una
multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia”. El mayor
peligro está según él en que ya “no será propiamente el Evangelio lo que se
anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de
determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su
frescura y dejará de tener olor a Evangelio”.
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