Marcos 8, 27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las
aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos:
"¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos le contestaron: "Unos,
Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas." Él les
preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy?" Pedro le contestó:
"Tú eres el Mesías." Él les prohibió terminantemente decírselo a
nadie. Y empezó a instruirlos: "El Hijo del hombre tiene que padecer
mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas,
ser ejecutado y resucitar a los tres días." Se lo explicaba con toda
claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se
volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: "¡Quítate de mi
vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!" Después llamó
a la gente y a sus discípulos, y les dijo: "El que quiera venirse conmigo,
que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que
quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el
Evangelio la salvará."
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José Antonio Pagola
El episodio ocupa un lugar central y decisivo en el relato
de Marcos. Los discípulos llevan ya un tiempo conviviendo con Jesús. Ha llegado
el momento en que se han de pronunciar con claridad. ¿A quién están siguiendo?
¿Qué es lo que descubren en Jesús? ¿Qué captan en su vida, su mensaje y su
proyecto?
Desde que se han unido a él, viven interrogándose sobre su
identidad. Lo que más les sorprende es la autoridad con que habla, la fuerza
con que cura a los enfermos y el amor con que ofrece el perdón de Dios a los
pecadores. ¿Quién es este hombre en quien sienten tan presente y tan cercano a
Dios como Amigo de la vida y del perdón?
Entre la gente que no ha convivido con él se corren toda
clase de rumores, pero a Jesús le interesa la posición de sus discípulos: «Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?». No basta que entre ellos haya
opiniones diferentes más o menos acertadas. Es fundamental que los que se han
comprometido con su causa, reconozcan el misterio que se encierra en él. Si no
es así, ¿quién mantendrá vivo su mensaje? ¿Qué será de su proyecto del reino de
Dios? ¿En qué terminará aquel grupo que está tratando de poner en marcha?
Pero la cuestión es vital también para sus discípulos. Les
afecta radicalmente. No es posible seguir a Jesús de manera inconsciente y
ligera. Tienen que conocerlo cada vez con más hondura. Pedro, recogiendo las
experiencias que han vivido junto a él hasta ese momento, le responde en nombre
de todos: «Tú eres el Mesías».
La confesión de Pedro es todavía limitada. Los discípulos no
conocen aún la crucifixión de Jesús a manos de sus adversarios. No pueden ni
sospechar que será resucitado por el Padre como Hijo amado. No conocen
experiencias que les permitan captar todo lo que se encierra en Jesús. Solo
siguiéndolo de cerca, lo irán descubriendo con fe creciente.
Para los cristianos es vital reconocer y confesar cada vez
con más hondura el misterio de Jesús el Cristo. Si ignora a Cristo, la Iglesia
vive ignorándose a sí misma. Si no lo conoce, no puede conocer lo más esencial
y decisivo de su tarea y misión. Pero, para conocer y confesar a Jesucristo, no
basta llenar nuestra boca con títulos cristológicos admirables. Es necesario
seguirlo de cerca y colaborar con él día a día. Esta es la principal tarea que
hemos de promover en los grupos y comunidades cristianas.
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