— ¿Qué debemos hacer?
Y él les contestaba:
— El que tenga dos túnicas, ceda una al que no tiene
ninguna: el que tenga comida, compártala con el que no tiene.
Se acercaron también unos recaudadores de impuestos para que
los bautizara y le preguntaron:
— Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?
Juan les dijo:
— No exijáis más tributo del que está establecido.
También le preguntaron unos soldados:
— Y nosotros, ¿qué debemos hacer?
Les contestó:
— Conformaos con vuestra paga y no hagáis extorsión ni
chantaje a nadie.
Así que la gente estaba expectante y todos se preguntaban en
su interior si Juan no sería el Mesías. Tuvo, pues, Juan que declarar
públicamente:
— Yo os bautizo con agua, pero viene uno más poderoso que
yo. Yo ni siquiera soy digno de desatar las correas de sus sandalias*. Él os
bautizará con Espíritu Santo y fuego. Llega, bieldo en mano, dispuesto a
limpiar su era; guardará el trigo en su granero, mientras que con la paja hará
una hoguera que arderá sin fin.
Con estos y otros muchos discursos exhortaba Juan a la gente
y anunciaba al pueblo la buena noticia.
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José Antonio Pagola
La palabra del Bautista desde el desierto tocó el corazón de
las gentes. Su llamada a la conversión y al inicio de una vida más fiel a Dios
despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: ¿Qué debemos hacer? Es la
pregunta que brota siempre en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y
no sabemos cómo concretar nuestra respuesta.
El Bautista no les propone ritos religiosos ni tampoco
normas ni preceptos. No se trata propiamente de hacer cosas ni de asumir
deberes, sino de ser de otra manera, vivir de forma más humana, desplegar algo
que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y
fraterna.
Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios
mirando atentamente a las necesidades de los que sufren. El Bautista sabe
resumirles su respuesta con una fórmula genial por su simplicidad y verdad: «El
que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga
comida, haga lo mismo». Así de simple y claro.
¿Qué podemos decir ante estas palabras quienes vivimos en un
mundo donde más de un tercio de la humanidad vive en la miseria luchando cada
día por sobrevivir, mientras nosotros seguimos llenando nuestros armarios con
toda clase de túnicas y tenemos nuestros frigoríficos repletos de comida?
Y ¿qué podemos decir los cristianos ante esta llamada tan
sencilla y tan humana? ¿No hemos de empezar a abrir los ojos de nuestro corazón
para tomar conciencia más viva de esa insensibilidad y esclavitud que nos
mantiene sometidos a un bienestar que nos impide ser más humanos?
Mientras nosotros seguimos preocupados, y con razón, de
muchos aspectos del momento actual del cristianismo, no nos damos cuenta de que
vivimos «cautivos de una religión burguesa». El cristianismo, tal como nosotros
lo vivimos, no parece tener fuerza para transformar la sociedad del bienestar.
Al contrario, es esta la que está desvirtuando lo mejor de la religión de
Jesús, vaciando nuestro seguimiento a Cristo de valores tan genuinos como la
solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión y la justicia.
Por eso, hemos valorar y agradecer mucho más el esfuerzo de
tantas personas que se rebelan contra este «cautiverio», comprometiéndose en
gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo,
austero y humano.
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