Lucas 14, 25-33
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si
alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a
sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede
ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo
mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta
primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si
echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que
miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de
acabar." ¿O que rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta
primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le
ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados
para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos
sus bienes no puede ser discípulo mío.»
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José Antonio Pagola
Los ejemplos que emplea Jesús son muy diferentes, pero su
enseñanza es la misma: el que emprende un proyecto importante de manera
temeraria, sin examinar antes si tiene medios y fuerzas para lograr lo que
pretende, corre el riesgo de terminar fracasando.
Ningún labrador se pone a construir una torre para proteger
sus viñas, sin tomarse antes un tiempo para calcular si podrá concluirla con
éxito, no sea que la obra quede inacabada, provocando las burlas de los
vecinos. Ningún rey se decide a entrar en combate con un adversario poderoso,
sin antes analizar si aquella batalla puede terminar en victoria o será un
suicidio.
A primera vista, puede parecer que Jesús está invitando a un
comportamiento prudente y precavido, muy alejado de la audacia con que habla de
ordinario a los suyos. Nada más lejos de la realidad. La misión que quiere
encomendar a los suyos es tan importante que nadie ha de comprometerse en ella
de forma inconsciente, temeraria o presuntuosa.
Su advertencia cobra gran actualidad en estos momentos
críticos y decisivos para el futuro de nuestra fe. Jesús llama, antes que nada,
a la reflexión madura: los dos protagonistas de las parábolas «se sientan»
a reflexionar. Sería una grave irresponsabilidad vivir hoy como discípulos de
Jesús, que no saben lo que quieren, ni a dónde pretenden llegar, ni con qué
medios han de trabajar.
¿Cuándo nos vamos a sentar para aunar fuerzas, reflexionar
juntos y buscar entre todos el camino que hemos de seguir? ¿No necesitamos
dedicar más tiempo, más escucha del evangelio y más meditación para descubrir
llamadas, despertar carismas y cultivar un estilo renovado de seguimiento a
Jesús?
Jesús llama también al realismo. Estamos viviendo un cambio
sociocultural sin precedentes. ¿Es posible contagiar la fe en este mundo nuevo
que está naciendo, sin conocerlo bien y sin comprenderlo desde dentro? ¿Es
posible facilitar el acceso al Evangelio ignorando el pensamiento, los
sentimientos y el lenguaje de los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿No es
un error responder a los retos de hoy con estrategias de ayer?
Sería una temeridad en estos momentos actuar de manera
inconsciente y ciega. Nos expondríamos al fracaso, la frustración y hasta el
ridículo. Según la parábola, la «torre inacabada» no hace sino provocar las
burlas de la gente hacia su constructor. No hemos de olvidar el lenguaje
realista y humilde de Jesús que invita a sus discípulos a ser «fermento» en
medio del pueblo o puñado de «sal» que pone sabor nuevo a la vida de las
gentes.
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