Marcos 6,7-13
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos,
dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para
el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la
faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
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El papa Francisco nos está llamando a una «nueva etapa
evangelizadora marcada por la alegría de Jesús». ¿En qué puede consistir?
¿Dónde puede estar su novedad? ¿Qué hemos de cambiar? ¿Cuál fue realmente la
intención de Jesús al enviar a sus discípulos a prolongar su tarea
evangelizadora?
El relato de Marcos deja claro que solo Jesús es la fuente,
el inspirador y el modelo de la acción evangelizadora de sus seguidores. No
harán nada en nombre propio. Son «enviados» de Jesús. No se predicarán a sí
mismos: solo anunciarán su Evangelio. No tendrán otros intereses: solo se
dedicarán a abrir caminos al reino de Dios.
La única manera de impulsar una «nueva etapa evangelizadora
marcada por la alegría de Jesús» es purificar e intensificar esta vinculación
con Jesús. No habrá nueva evangelización si no hay nuevos evangelizadores, y no
habrá nuevos evangelizadores si no hay un contacto más vivo, lúcido y
apasionado con Jesús. Sin él haremos todo menos introducir su Espíritu en el
mundo.
Al enviarlos, Jesús no deja a sus discípulos abandonados a
sus fuerzas. Les da su «poder», que no es un poder para controlar, gobernar o
dominar a los demás, sino su fuerza para «expulsar espíritus inmundos»,
liberando a las personas de lo que las esclaviza, oprime y deshumaniza.
Los discípulos saben muy bien qué les encarga Jesús. Nunca
lo han visto gobernando a nadie. Siempre lo han conocido curando heridas,
aliviando el sufrimiento, regenerando vidas, liberando de miedos, contagiando
confianza en Dios. «Curar» y «liberar» son tareas prioritarias en la actuación
de Jesús. Darían un rostro radicalmente diferente a nuestra evangelización.
Jesús los envía con lo necesario para caminar. Según Marcos,
solo llevarán bastón, sandalias y una túnica. No necesitan de más para ser
testigos de lo esencial. Jesús los quiere ver libres y sin ataduras; siempre
disponibles, sin instalarse en el bienestar; confiando en la fuerza del Evangelio.
Sin recuperar este estilo evangélico no hay «nueva etapa
evangelizadora». Lo importante no es poner en marcha nuevas actividades y
estrategias, sino desprendernos de costumbres, estructuras y servidumbres que
nos están impidiendo ser libres para contagiar lo esencial del Evangelio con
verdad y sencillez.
En la Iglesia hemos perdido ese estilo itinerante que
sugiere Jesús. Su caminar es lento y pesado. No sabemos acompañar a la
humanidad. No tenemos agilidad para pasar de una cultura ya pasada a la cultura
actual. Nos agarramos al poder que hemos tenido. Nos enredamos en intereses que
no coinciden con el reino de Dios. Necesitamos conversión.
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