Mateo 14, 13-21 -18 Tiempo ordinario - A-
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.»
Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros
de comer.»
Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes
y dos peces.»
Les dijo: «Traédmelos.»
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los
cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición,
partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a
la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos
llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
José Antonio Pagola
Un proverbio oriental dice que «cuando el dedo del profeta señala la luna, el estúpido se queda mirando el dedo». Algo semejante se podría decir de nosotros cuando nos quedamos exclusivamente en el carácter portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar hasta el mensaje que encierran.
Porque Jesús no fue un
milagrero dedicado a realizar prodigios propagandísticos. Sus milagros son más
bien signos que abren brecha en este mundo de pecado y apuntan ya hacia una
realidad nueva, meta final del ser humano.
Concretamente, el milagro de
la multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el proyecto de Jesús
es alimentar a los hombres y reunirlos en una fraternidad real en la que sepan
compartir «su pan y su pescado» como hermanos.
Para el cristiano, la
fraternidad no es una exigencia junto a otras. Es la única manera de construir
entre los hombres el reino del Padre. Esta fraternidad puede ser mal entendida.
Con demasiada frecuencia la confundimos con «un egoísmo vividor que sabe
comportarse muy decentemente» (Karl Rahner).
Pensamos que amamos al
prójimo simplemente porque no le hacemos nada especialmente malo, aunque luego
vivamos con un horizonte mezquino y egoísta, despreocupados de todos, movidos
únicamente por nuestros propios intereses.
La Iglesia, en cuanto
«sacramento de fraternidad», está llamada a impulsar, en cada momento de la
historia, nuevas formas de fraternidad estrecha entre los hombres. Los
creyentes hemos de aprender a vivir con un estilo más fraterno, escuchando las
nuevas necesidades del hombre actual.
La lucha a favor del
desarme, la protección del medio ambiente, la solidaridad con los pueblos
hambrientos, el compartir con los parados las consecuencias de la crisis
económica, la ayuda a los drogadictos, la preocupación por los ancianos solos y
olvidados... son otras tantas exigencias para quien se siente hermano y quiere
«multiplicar», para todos, el pan que necesitamos los hombres para vivir.
El relato evangélico nos
recuerda que no podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestro pescado mientras
junto a nosotros hay hombres y mujeres amenazados de tantas «hambres». Los que
vivimos tranquilos y satisfechos hemos de oír las palabras de Jesús: «Dadles
vosotros de comer».