Juan 15,9-17 (6 Pascua – B)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»
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José Antonio Pagola
Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ha querido
apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor con que lo ha amado el Padre.
Ahora los tiene que dejar. Conoce su egoísmo. No saben quererse. Los ve
discutiendo entre sí por obtener los primeros puestos. ¿Qué será de ellos?
Las palabras de Jesús adquieren un tono solemne. Han de
quedar bien grabadas en todos: «Este es mi mandato: que os améis unos a otros
como yo os he amado». Jesús no quiere que su estilo de amar se pierda entre los
suyos. Si un día lo olvidan, nadie los podrá reconocer como discípulos suyos.
De Jesús quedó un recuerdo imborrable. Las primeras
generaciones resumían así su vida: «Pasó por todas partes haciendo el bien».
Era bueno encontrarse con él. Buscaba siempre el bien de las personas. Ayudaba
a vivir. Su vida fue una Buena Noticia. Se podía descubrir en él la cercanía
buena de Dios.
Jesús tiene un estilo de amar inconfundible. Es muy sensible
al sufrimiento de la gente. No puede pasar de largo ante quien está sufriendo.
Al entrar un día en la pequeña aldea de Naín se encuentra con un entierro: una
viuda se dirige a dar tierra a su hijo único. A Jesús le sale de dentro su amor
hacia aquella desconocida: «Mujer, no llores». Quien ama como Jesús vive
aliviando el sufrimiento y secando lágrimas.
Los evangelios recuerdan en diversas ocasiones cómo Jesús
captaba con su mirada el sufrimiento de la gente. Los miraba y se conmovía: los
veía sufriendo o abatidos, como ovejas sin pastor. Rápidamente se ponía a curar
a los más enfermos o a alimentarlos con sus palabras. Quien ama como Jesús
aprende a mirar los rostros de las personas con compasión.
Es admirable la disponibilidad de Jesús para hacer el bien.
No piensa en sí mismo. Está atento a cualquier llamada, dispuesto siempre a
hacer lo que pueda. A un mendigo ciego que le pide compasión mientras va de
camino lo acoge con estas palabras: «¿Qué quieres que haga por ti?». Con esta
actitud anda por la vida quien ama como Jesús.
Jesús sabe estar junto a los más desvalidos. No hace falta
que se lo pidan. Hace lo que puede por curar sus dolencias, liberar sus
conciencias o contagiar su confianza en Dios. Pero no puede resolver todos los
problemas de aquellas gentes.
Entonces se dedica a hacer gestos de bondad: abraza a los
niños de la calle: no quiere que nadie se sienta huérfano; bendice a los
enfermos: no quiere que se sientan olvidados por Dios; acaricia la piel de los
leprosos: no quiere que se vean excluidos. Así son los gestos de quien ama como
Jesús.
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