Marcos 7,31-37 (23
Tiempo ordinario – B)
Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
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José Antonio Pagola
La escena es conocida. Le presentan a Jesús un sordo que, a
consecuencia de su sordera, apenas puede hablar. Su vida es una desgracia. Solo
se oye a sí mismo. No puede escuchar a sus familiares y vecinos. No puede
conversar con sus amigos. Tampoco puede escuchar las parábolas de Jesús ni
entender su mensaje. Vive encerrado en su propia soledad.
Jesús lo toma consigo y se concentra en su trabajo sanador.
Introduce los dedos en sus oídos y trata de vencer esa resistencia que no le
deja escuchar a nadie. Con su saliva humedece aquella lengua paralizada para
dar fluidez a su palabra. No es fácil. El sordomudo no colabora, y Jesús hace
un último esfuerzo. Respira profundamente, lanza un fuerte suspiro mirando al
cielo en busca de la fuerza de Dios y, luego, grita al enfermo: «¡Ábrete!».
Aquel hombre sale de su aislamiento y, por vez primera,
descubre lo que es vivir escuchando a los demás y conversando abiertamente con
todos. La gente queda admirada: Jesús lo hace todo bien, como el Creador, «hace
oír a los sordos y hablar a los mudos».
No es casual que los evangelios narren tantas curaciones de
ciegos y sordos. Estos relatos son una invitación a dejarse trabajar por Jesús
para abrir bien los ojos y los oídos a su persona y su palabra. Unos discípulos
«sordos» a su mensaje serán como «tartamudos» al anunciar el evangelio.
Vivir dentro de la Iglesia con mentalidad «abierta» o
«cerrada» puede ser una cuestión de actitud mental o de posición práctica,
fruto casi siempre de la propia estructura psicológica o de la formación
recibida. Pero, cuando se trata de «abrirse» o «cerrarse» al evangelio, el
asunto es de importancia decisiva.
Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no entendemos su proyecto, si no captamos su amor a los que sufren, nos encerraremos en nuestros problemas y no escucharemos los de la gente. Pero entonces no sabremos anunciar la Buena Noticia de Jesús. Deformaremos su mensaje. A muchos se les hará difícil entender nuestro «evangelio». ¿No necesitamos abrirnos a Jesús para dejarnos curar de nuestra sordera?