Marcos 10,35-45 (29 Tiempo ordinario – B)
Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir». Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». Contestaron: «Podemos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».
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José Antonio Pagola
Nunca viene su nombre en los periódicos. Nadie les cede el
paso en lugar alguno. No tienen títulos ni cuentas corrientes envidiables, pero
son grandes. No poseen muchas riquezas, pero tienen algo que no se puede
comprar con dinero: bondad, capacidad de acogida, ternura y compasión hacia el
necesitado.
Hombres y mujeres del montón, gentes de a pie a los que
apenas valora nadie, pero que van pasando por la vida poniendo amor y cariño a
su alrededor. Personas sencillas y buenas que solo saben vivir echando una mano
y haciendo el bien.
Gentes que no conocen el orgullo ni tienen grandes
pretensiones. Hombres y mujeres a los que se les encuentra en el momento
oportuno, cuando se necesita la palabra de ánimo, la mirada cordial, la mano
cercana.
Padres sencillos y buenos que se toman tiempo para escuchar
a sus hijos pequeños, responder a sus infinitas preguntas, disfrutar con sus
juegos y descubrir de nuevo junto a ellos lo mejor de la vida.
Madres incansables que llenan el hogar de calor y alegría.
Mujeres que no tienen precio, pues saben dar a sus hijos lo que más necesitan
para enfrentarse confiadamente a su futuro.
Esposos que van madurando su amor día a día, aprendiendo a
ceder, cuidando generosamente la felicidad del otro, perdonándose mutuamente en
los mil pequeños roces de la vida.
Estas gentes desconocidas son los que hacen el mundo más
habitable y la vida más humana. Ellos ponen un aire limpio y respirable en
nuestra sociedad. De ellos ha dicho Jesús que son grandes porque viven al
servicio de los demás.
Ellos mismos no lo saben, pero gracias a sus vidas se abre
paso en nuestras calles y hogares la energía más antigua y genuina: la energía
del amor. En el desierto de este mundo, a veces tan inhóspito, donde solo
parece crecer la rivalidad y el enfrentamiento, ellos son pequeños oasis en los
que brota la amistad, la confianza y la mutua ayuda. No se pierden en discursos
y teorías. Lo suyo es amar calladamente y prestar ayuda a quien lo necesite.
Es posible que nadie les agradezca nunca nada. Probablemente
no se les harán grandes homenajes. Pero estos hombres y mujeres son grandes
porque son humanos. Ahí está su grandeza. Ellos son los mejores seguidores de
Jesús, pues viven haciendo un mundo más digno, como él. Sin saberlo, están
abriendo caminos al reino de Dios.
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