Marcos 10,46-52 (30 Tiempo ordinario – B)
Y llegan a Jericó. Y al salir él con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuní, que recobre la vista». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
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José Antonio Pagola
En sus comienzos, al cristianismo se le conocía como «el
Camino» (Hechos de los Apóstoles 18,25-26). Más que entrar en una nueva
religión, «hacerse cristiano» era encontrar el camino acertado de la vida,
caminando tras las huellas de Jesús. Ser cristiano significa para ellos
«seguir» a Cristo. Esto es lo fundamental, lo decisivo.
Hoy las cosas han cambiado. El cristianismo ha conocido
durante estos veinte siglos un desarrollo doctrinal muy importante y ha
generado una liturgia y un culto muy elaborados. Hace ya mucho tiempo que el
cristianismo es considerado como una religión.
Por eso no es extraño encontrarse con personas que se sienten
cristianas sencillamente porque están bautizadas y cumplen sus deberes
religiosos, aunque nunca se hayan planteado la vida como un seguimiento de
Jesucristo. Este hecho, hoy bastante generalizado, hubiera sido inimaginable en
los primeros tiempos del cristianismo.
Hemos olvidado que ser cristianos es «seguir» a Jesucristo:
movernos, dar pasos, caminar, construir nuestra vida siguiendo sus huellas.
Nuestro cristianismo se queda a veces en una fe teórica e inoperante o en una
práctica religiosa rutinaria. No transforma nuestra vida en seguimiento a Jesús.
Después de veinte siglos, la mayor contradicción de los
cristianos es pretender serlo sin seguir a Jesús. Se acepta la religión
cristiana (como se podría aceptar otra), pues da seguridad y tranquilidad ante
«lo desconocido», pero no se entra en la dinámica del seguimiento fiel a
Cristo.
Estamos ciegos y no vemos dónde está lo esencial de la fe
cristiana. El episodio de la curación del ciego de Jericó es una invitación a
salir de nuestra ceguera. Al comienzo del relato, Bartimeo «está sentado al
borde del camino». Es un hombre ciego y desorientado, fuera del camino, sin
capacidad de seguir a Jesús. Curado de su ceguera por Jesús, el ciego no solo
recobra la luz, sino que se convierte en un verdadero «seguidor» de su Maestro,
pues, desde aquel día, «le seguía por el camino». Es la curación que
necesitamos.
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