Lucas 1,1-4; 4,14-21 (3 Tiempo ordinario – C)
Ilustre Teófilo:
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista;
a poner en libertad a los oprimidos;
a proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él.
Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
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26 de enero 2025
José Antonio Pagola
LA PRIMERA MIRADA
La primera
mirada de Jesús no se dirige al pecado de las personas, sino al sufrimiento que
arruina sus vidas. Lo primero que toca su corazón no es el pecado, sino el
dolor, la opresión y la humillación que padecen hombres y mujeres. Nuestro
mayor pecado consiste precisamente en cerrarnos al sufrimiento de los demás
para pensar solo en el propio bienestar.
Jesús se
siente «ungido por el Espíritu» de un Dios que se preocupa de los que sufren.
Es ese Espíritu el que lo empuja a dedicar su vida entera a liberar, aliviar,
sanar, perdonar: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los
cautivos la libertad y a los ciegos la vista, para dar libertad a los
oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor».
Este
programa de Jesús no ha sido siempre el de los cristianos. La teología
cristiana ha dirigido más su atención al pecado de las criaturas que a su
sufrimiento. El conocido teólogo Johann Baptist Metz ha denunciado
repetidamente este grave desplazamiento: «La doctrina cristiana de la salvación
ha dramatizado demasiado el problema del pecado, mientras ha relativizado el
problema del sufrimiento». Es así. Muchas veces la preocupación por el dolor
humano ha quedado atenuada por la atención a la redención del pecado.
Los
cristianos no creemos en cualquier Dios, sino en el Dios atento al sufrimiento
humano. Frente a la «mística de ojos cerrados», propia de la espiritualidad del
Oriente, volcada sobre todo en la atención a lo interior, el que sigue a Jesús
se siente llamado a cultivar una «mística de ojos abiertos» y una
espiritualidad de responsabilidad absoluta para atender al dolor de los que
sufren.
Al cristiano
verdaderamente espiritual –«ungido por el Espíritu»– se le encuentra, lo mismo
que a Jesús, junto a los desvalidos y humillados. Lo que le caracteriza no es
tanto la comunicación íntima con el Ser supremo cuanto el amor a un Dios Padre
que lo envía hacia los seres más pobres y abandonados. Como ha recordado el
cardenal Martini, en estos tiempos de globalización, el cristianismo ha de
globalizar la atención al sufrimiento de los pobres de la Tierra.
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