Lucas 24,46-53
(Ascensión del Señor – C)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así está escrito: el
Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de
los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre;
vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la
fuerza que viene de lo alto». Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos,
los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado
hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con
gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
************//************
José Antonio Pagola
BENDECIR
Según el sugestivo relato de Lucas, Jesús vuelve a su Padre
«bendiciendo» a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús deja tras de sí su
bendición. Los discípulos responden al gesto de Jesús marchando al templo
llenos de alegría. Y estaban allí «bendiciendo» a Dios.
La bendición es una práctica arraigada en casi todas las
culturas como el mejor deseo que podemos despertar hacia otros. El judaísmo, el
islam y el cristianismo le han dado siempre gran importancia. Y, aunque en
nuestros días ha quedado reducida a un ritual casi en desuso, no son pocos los
que subrayan su hondo contenido y la necesidad de recuperarla.
Bendecir es, antes que nada, desear el bien a las personas
que vamos encontrando en nuestro camino. Querer el bien de manera incondicional
y sin reservas. Querer la salud, el bienestar, la alegría... todo lo que puede
ayudarles a vivir con dignidad. Cuanto más deseamos el bien para todos, más
posible es su manifestación.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor
a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes
poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia. No
es posible bendecir y al mismo tiempo vivir condenando, rechazando, odiando.
Bendecir es desearle a alguien el bien desde lo más hondo de
nuestro ser, aunque no somos nosotros la fuente de la bendición, sino solo sus
testigos y portadores. El que bendice no hace sino evocar, desear y pedir la
presencia bondadosa del Creador, fuente de todo bien. Por eso solo se puede
bendecir en actitud agradecida a Dios.
La bendición hace bien al que la recibe y al que la practica.
Quien bendice a otros se bendice a sí mismo. La bendición queda resonando en su
interior como plegaria silenciosa que va transformando su corazón, haciéndolo
más bueno y noble. Nadie puede sentirse bien consigo mismo mientras siga
maldiciendo a otro en el fondo de su ser. Los seguidores de Jesús somos
portadores y testigos de la bendición de Jesús al mundo.