27/5/25

BENDECIR

 Lucas 24,46-53       (Ascensión del Señor – C)  

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos
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«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto».
 Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

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José Antonio Pagola

BENDECIR
Según el sugestivo relato de Lucas, Jesús vuelve a su Padre «bendiciendo» a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús deja tras de sí su bendición. Los discípulos responden al gesto de Jesús marchando al templo llenos de alegría. Y estaban allí «bendiciendo» a Dios.
La bendición es una práctica arraigada en casi todas las culturas como el mejor deseo que podemos despertar hacia otros. El judaísmo, el islam y el cristianismo le han dado siempre gran importancia. Y, aunque en nuestros días ha quedado reducida a un ritual casi en desuso, no son pocos los que subrayan su hondo contenido y la necesidad de recuperarla.
Bendecir es, antes que nada, desear el bien a las personas que vamos encontrando en nuestro camino. Querer el bien de manera incondicional y sin reservas. Querer la salud, el bienestar, la alegría... todo lo que puede ayudarles a vivir con dignidad. Cuanto más deseamos el bien para todos, más posible es su manifestación.
Bendecir es aprender a vivir desde una actitud básica de amor a la vida y a las personas. El que bendice vacía su corazón de otras actitudes poco sanas como la agresividad, el miedo, la hostilidad o la indiferencia. No es posible bendecir y al mismo tiempo vivir condenando, rechazando, odiando.
Bendecir es desearle a alguien el bien desde lo más hondo de nuestro ser, aunque no somos nosotros la fuente de la bendición, sino solo sus testigos y portadores. El que bendice no hace sino evocar, desear y pedir la presencia bondadosa del Creador, fuente de todo bien. Por eso solo se puede bendecir en actitud agradecida a Dios.
La bendición hace bien al que la recibe y al que la practica. Quien bendice a otros se bendice a sí mismo. La bendición queda resonando en su interior como plegaria silenciosa que va transformando su corazón, haciéndolo más bueno y noble. Nadie puede sentirse bien consigo mismo mientras siga maldiciendo a otro en el fondo de su ser. Los seguidores de Jesús somos portadores y testigos de la bendición de Jesús al mundo.



20/5/25

NO DA LO MISMO

 Juan 14,23-29        (6 Pascua – C)

Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. 
 

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José Antonio Pagola

NO DA LO MISMO
El pluralismo es un hecho innegable. Se puede incluso afirmar que es uno de los rasgos más característicos de la sociedad moderna. Se ha fraccionado en mil pedazos aquel mundo monolítico de hace unos años. Hoy conviven entre nosotros toda clase de posicionamientos, ideas o valores.
Este pluralismo no es solo un dato. Es uno de los pocos dogmas de nuestra cultura. Hoy todo puede ser discutido. Todo menos el derecho de cada uno a pensar como le parezca y a ser respetado en lo que piensa. Ciertamente, este pluralismo nos puede estimular a la búsqueda responsable, al diálogo y a la confrontación de posturas. Pero nos puede llevar también a graves retrocesos.
De hecho, no pocos están cayendo en un relativismo total. Todo da lo mismo. Como dice el sociólogo francés G. Lipovetsky, «vivimos en la hora de los feelings». Ya no existe verdad ni mentira, belleza ni fealdad. Nada es bueno ni malo. Se vive de impresiones, y cada uno piensa lo que quiere y hace lo que le apetece.
En este clima de relativismo se está llegando a situaciones realmente decadentes. Se defienden las creencias más peregrinas sin el mínimo rigor. Se pretende resolver con cuatro tópicos las cuestiones más vitales del ser humano. Algo quiere decir A. Finkielkraut cuando afirma que «la barbarie se está apoderando de la cultura».
La pregunta es inevitable. ¿Se puede llamar «progreso» a todo esto? ¿Es bueno para la persona y para la humanidad poblar la mente de cualquier idea o llenar el corazón de cualquier creencia, renunciando a una búsqueda honesta de mayor verdad, bondad y sentido de la existencia?
El cristiano está llamado hoy a vivir su fe en actitud de búsqueda responsable y compartida. No da igual pensar cualquier cosa de la vida. Hemos de seguir buscando la verdad última del ser humano, que está muy lejos de quedar explicada satisfactoriamente a partir de teorías científicas, sistemas sicológicos o visiones ideológicas.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo que defender los derechos de cada persona. No da lo mismo abortar que acoger la vida, ni es igual «hacer el amor» de cualquier manera que amar de verdad al otro. No es lo mismo ignorar a los necesitados o trabajar por sus derechos. Lo primero es malo y daña al ser humano. Lo segundo está cargado de esperanza y promesa.
También en medio del actual pluralismo siguen resonando las palabras de Jesús: «El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará».

 

12/5/25

COMUNIDAD DE AMISTAD

 Juan 13,31-33a.34-35        (5 Pascua – C)

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
—«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros».
 
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José Antonio Pagola

COMUNIDAD DE AMISTAD
Jesús comparte con sus discípulos los últimos momentos antes de volver al misterio del Padre. El relato de Juan recoge cuidadosamente su testamento: lo que Jesús quiere dejar grabado para siempre en sus corazones: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado».
El evangelista Juan tiene su atención puesta en la comunidad cristiana. No está pensando en los de fuera. Cuando falte Jesús, en su comunidad se tendrán que querer como «amigos», porque así los ha querido Jesús: «Vosotros sois mis amigos»; «ya no os llamo siervos, a vosotros os he llamado amigos». La comunidad de Jesús será una comunidad de amistad.
Esta imagen de la comunidad cristiana como «comunidad de amigos» quedó pronto olvidada. Durante muchos siglos, los cristianos se han visto a sí mismos como una «familia» donde algunos son «padres» (el papa, los obispos, los sacerdotes, los abades...); otros son «hijos» fieles, y todos han de vivir como «hermanos».
Entender así la comunidad cristiana estimula la fraternidad, pero tiene sus riesgos. En la «familia cristiana» se tiende a subrayar el lugar que le corresponde a cada uno. Se destaca lo que nos diferencia, no lo que nos une; se da mucha importancia a la autoridad, el orden, la unidad, la subordinación. Y se corre el riesgo de promover la dependencia, el infantilismo y la irresponsabilidad de muchos.
Una comunidad basada en la «amistad cristiana» enriquecería y transformaría hoy a la Iglesia de Jesús. La amistad promueve lo que nos une, no lo que nos diferencia. Entre amigos se cultiva la igualdad, la reciprocidad y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es superior a otro. Se respetan las diferencias, pero se cuida la cercanía y la relación.
Entre amigos es más fácil sentirse responsable y colaborar. Y no es tan difícil estar abiertos a los extraños y diferentes, los que necesitan acogida y amistad. De una comunidad de amigos es difícil marcharse. De una comunidad fría, rutinaria e indiferente, la gente se va, y los que se quedan apenas lo sienten.

 

5/5/25

VOLVER A JESÚS

 Juan 10,27-30      (4 Pascua – C) 

Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

 

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José Antonio Pagola

VOLVER A JESÚS
Se pueden hacer toda clase de estudios y diagnósticos. Lo cierto es que el mundo necesita hoy savia nueva para vivir. Las Iglesias andan buscando aliento y esperanza. Las muchedumbres pobres del planeta reclaman justicia y pan. Occidente ya no sabe cómo salir de esa tristeza mal disimulada que ningún bienestar logra ocultar.
El problema no es solo de cambios políticos ni de renovaciones teológicas, sino de vida. Estamos necesitados de algo parecido al «fuego» que prendió Jesús en su breve paso por la tierra: su mística, su lucidez, su pasión por el ser humano. Necesitamos personas como él, palabras como las suyas, esperanza y amor como los suyos. Necesitamos volver a Jesús.
Desde el inicio, los cristianos vieron que él podía guiar a los seres humanos. Con su conocido lenguaje, el cuarto evangelio lo presenta como el «pastor» capaz de liberar a las ovejas del aprisco donde se encuentran encerradas para «sacarlas afuera», a un país nuevo de vida y dignidad. Él marcha por delante marcando el camino a quienes lo quieren seguir.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno «por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios. Cada uno ha de escuchar su voz sin confundirla con la de extraños, que no son sino «ladrones» que quitan al pueblo luz y esperanza.
Esto es lo decisivo: no escuchar voces extrañas, huir de mensajes que no vienen de Galilea. Siempre que la Iglesia ha buscado renovarse se ha desencadenado una vuelta a Jesús para seguir de nuevo sus pasos. Como se ha recordado tantas veces, «sígueme» es la primera y la última palabra de Jesús a Pedro (Dietrich Bonhoeffer).
Pero volver a Jesús no es tarea exclusiva del papa ni de los obispos. Todos los creyentes somos responsables. Para volver a Jesús no hay que esperar ninguna orden. Francisco de Asís no esperó a que la Iglesia de su tiempo tomara no sé qué decisiones. Él mismo se convirtió al evangelio y comenzó la aventura de seguir a Jesús de verdad. ¿A qué tenemos que esperar para despertar entre nosotros una pasión nueva por el evangelio y por Jesús?