Juan 14,23-29 (6
Pascua – C)
Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama guardará mi
palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El
que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía,
sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a
vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre
en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os
he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el
mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído
decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que
vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora,
antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.
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José Antonio Pagola
NO DA LO MISMO
El pluralismo es un hecho innegable. Se puede incluso afirmar
que es uno de los rasgos más característicos de la sociedad moderna. Se ha
fraccionado en mil pedazos aquel mundo monolítico de hace unos años. Hoy
conviven entre nosotros toda clase de posicionamientos, ideas o valores.
Este pluralismo no es solo un dato. Es uno de los pocos
dogmas de nuestra cultura. Hoy todo puede ser discutido. Todo menos el derecho
de cada uno a pensar como le parezca y a ser respetado en lo que piensa.
Ciertamente, este pluralismo nos puede estimular a la búsqueda responsable, al
diálogo y a la confrontación de posturas. Pero nos puede llevar también a
graves retrocesos.
De hecho, no pocos están cayendo en un relativismo total.
Todo da lo mismo. Como dice el sociólogo francés G. Lipovetsky, «vivimos en la
hora de los feelings». Ya no existe verdad ni mentira, belleza ni fealdad. Nada
es bueno ni malo. Se vive de impresiones, y cada uno piensa lo que quiere y
hace lo que le apetece.
En este clima de relativismo se está llegando a situaciones
realmente decadentes. Se defienden las creencias más peregrinas sin el mínimo
rigor. Se pretende resolver con cuatro tópicos las cuestiones más vitales del
ser humano. Algo quiere decir A. Finkielkraut cuando afirma que «la barbarie se
está apoderando de la cultura».
La pregunta es inevitable. ¿Se puede llamar «progreso» a todo
esto? ¿Es bueno para la persona y para la humanidad poblar la mente de
cualquier idea o llenar el corazón de cualquier creencia, renunciando a una
búsqueda honesta de mayor verdad, bondad y sentido de la existencia?
El cristiano está llamado hoy a vivir su fe en actitud de
búsqueda responsable y compartida. No da igual pensar cualquier cosa de la
vida. Hemos de seguir buscando la verdad última del ser humano, que está muy
lejos de quedar explicada satisfactoriamente a partir de teorías científicas,
sistemas sicológicos o visiones ideológicas.
El cristiano está llamado también a vivir sanando esta
cultura. No es lo mismo ganar dinero sin escrúpulo alguno que desempeñar
honradamente un servicio público, ni es igual dar gritos a favor del terrorismo
que defender los derechos de cada persona. No da lo mismo abortar que acoger la
vida, ni es igual «hacer el amor» de cualquier manera que amar de verdad al
otro. No es lo mismo ignorar a los necesitados o trabajar por sus derechos. Lo
primero es malo y daña al ser humano. Lo segundo está cargado de esperanza y
promesa.
También en medio del actual pluralismo siguen resonando las
palabras de Jesús: «El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará».
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