27/7/21

CÓMO CREER EN JESÚS

 Juan 6,24-35             (18 Tiempo ordinario - B)

Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: «Y ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado». Le replicaron: «¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”». Jesús les replicó: «En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás.

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 José Antonio Pagola


Según el evangelista Juan, Jesús está conversando con la gente a orillas del lago de Galilea. Jesús les dice que no trabajen por cualquier cosa, que no piensen solo en un «alimento perecedero». Lo importante es trabajar teniendo como horizonte «la vida eterna».

Sin duda es así. Jesús tiene razón. Pero ¿cuál es el trabajo que quiere Dios? Esta es la pregunta de la gente: ¿cómo podemos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere? La respuesta de Jesús no deja de ser desconcertante. El único trabajo que Dios quiere es este: «Que creáis en el que Dios os ha enviado». ¿Qué significa esto?

«Creer en Jesús» no es una experiencia teórica, un ejercicio mental. No consiste simplemente en una adhesión religiosa. Es un «trabajo» en el que sus seguidores han de ocuparse a lo largo de su vida. Creer en Jesús es algo que hay que cuidar y trabajar día a día.

«Creer en Jesús» es configurar la vida desde él, convencidos de que su vida fue verdadera: una vida que conduce a la vida eterna. Su manera de vivir a Dios como Padre, su forma de reaccionar siempre con misericordia, su empeño en despertar esperanza es lo mejor que puede hacer el ser humano.

«Creer en Jesús» es vivir y trabajar por algo último y decisivo: esforzarse por un mundo más humano y justo; hacer más real y más creíble la paternidad de Dios; no olvidar a quienes corren el riesgo de quedar olvidados por todos, incluso por las religiones. Y hacer todo esto sabiendo que nuestro pequeño compromiso, siempre pobre y limitado, es el trabajo más humano que podemos hacer.

Por eso, desentendernos de la vida de los demás, vivirlo todo con indiferencia, encerrarnos solo en nuestros intereses, ignorar el sufrimiento de la gente que encontramos en nuestro camino… son actitudes que indican que no estamos «trabajando» nuestra fe en Jesús.



20/7/21

EUCARISTÍA Y CRISIS ECONÓMICA

Juan 6, 1-15    (17 Tiempo ordinario – B-)

Después de esto, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?». Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda». Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo». Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

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José Antonio Pagola

Todos los cristianos lo sabemos. La eucaristía dominical se puede convertir fácilmente en un «refugio religioso» que nos protege de la vida conflictiva en la que nos movemos a lo largo de la semana. Es tentador ir a misa para compartir una experiencia religiosa que nos permite descansar de los problemas, tensiones y malas noticias que nos presionan por todas partes.

 A veces somos sensibles a lo que afecta a la dignidad de la celebración, pero nos preocupa menos olvidarnos de las exigencias que entraña celebrar la cena del Señor. Nos molesta que un sacerdote no se atenga estrictamente a la normativa ritual, pero podemos seguir celebrando rutinariamente la misa sin escuchar las llamadas del evangelio.

 El riesgo siempre es el mismo: comulgar con Cristo en lo íntimo del corazón sin preocuparnos de comulgar con los hermanos que sufren. Compartir el pan de la eucaristía e ignorar el hambre de millones de hermanos privados de pan, de justicia y de futuro.

 En los próximos años se van a ir agravando los efectos de la crisis mucho más de lo que nos temíamos. La cascada de medidas que se nos dictan de manera inapelable e implacable irá haciendo crecer entre nosotros una desigualdad injusta. Iremos viendo cómo personas de nuestro entorno más o menos cercano se van empobreciendo hasta quedar a merced de un futuro incierto e imprevisible.

 Conoceremos de cerca inmigrantes privados de asistencia sanitaria, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación, familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas por el desahucio, gente desasistida, jóvenes sin un futuro nada claro... No lo podremos evitar. O endurecemos nuestros hábitos egoístas de siempre o nos hacemos más solidarios.

 La celebración de la eucaristía en medio de esta sociedad en crisis puede ser un lugar de concienciación. Necesitamos liberarnos de una cultura individualista que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en nuestros propios intereses, para aprender sencillamente a ser más humanos. Toda la eucaristía está orientada a crear fraternidad.

 No es normal escuchar todos los domingos a lo largo del año el evangelio de Jesús sin reaccionar ante sus llamadas. No podemos pedir al Padre «el pan nuestro de cada día» sin pensar en aquellos que tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz unos a otros sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos ante la crisis.

 


19/7/21

EL CAMINO DE LA VIDA

 Mateo 20,20-28     (Santiago, apóstol – B)

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?». Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Contestaron: «Podemos». Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».

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José Antonio Pagola


En pocos años ha crecido de manera insospechada el número de gentes, sobre todo jóvenes, que recorren «el camino de Santiago». No es fácil saber a qué se debe exactamente tal atracción. Peregrinar es mucho más que hacer deporte o vivir una aventura. Mucho más que emprender un viaje turístico o recorrer una ruta cultural. ¿Qué buscan quienes se ponen en camino hacia Santiago?

El camino ha sido desde muy antiguo un símbolo empleado para significar la vida humana. Vivir es caminar, dar pasos, marchar hacia el futuro. Lo dijo de forma bella Jorge Manrique en sus famosas Coplas: «Partimos cuando nacemos andamos mientras vivimos y llegamos al tiempo que fenecemos así que cuando morimos descansamos». Quien peregrina largas horas fácilmente comienza a repensar su vida de peregrino por esta tierra.

El camino es siempre marcha hacia adelante: ¿hacia dónde? El peregrino se pone en camino por algo: ¿qué le anima a emprender la marcha? Sin meta no hay camino sino un ir de una parte a otra vagando sin sentido. Solo la meta convierte el recorrido en camino. Solo la meta da sentido a los esfuerzos de cada día. La pregunta es inevitable: ¿Cuál es la meta de la vida?, ¿hacia dónde hemos de encaminar nuestros pasos?

Siempre se emprende el camino con esperanza y cierto temor, con confianza y con incertidumbre. Es necesario andar el camino acertado, no extraviarse, no seguir caminos equivocados. Así sucede también en la vida. Hemos de encontrar nuestro propio camino: ¿qué quiero hacer con mi vida?, ¿a qué quiero dedicarla? La grandeza de una persona se mide por la meta a que aspira y por el ideal que moviliza sus esfuerzos. Solo cuando sigue su vocación personal, sale el joven de la indefinición y del gregarismo.

Con el paso de los días, la peregrinación se va convirtiendo en escuela que permite ahondar en lo esencial de la vida. El cansancio, la marcha en silencio, la perseverancia en el esfuerzo, van conduciendo al peregrino hacia el fondo de su corazón. Es entonces cuando pueden brotar las preguntas esenciales: ¿No es Dios la meta última del ser humano? ¿No es la vida un peregrinar hacia nuestra patria verdadera? ¿No es Cristo el camino que hemos de seguir para encontrarnos con el Padre?

La llegada a Santiago, el encuentro con el apóstol testigo del Señor, la acción de gracias a Dios, la súplica callada, la reconciliación sacramental y la participación en la eucaristía puede culminar una experiencia religiosa renovadora como pocas.