Juan 3,14-21
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José Antonio Pagola
Los cuatro evangelistas se hacen eco del gesto provocativo
de Jesús expulsando del templo a «vendedores» de animales y «cambistas»
de dinero. No puede soportar ver la casa de su Padre llena de gentes que viven
del culto. A Dios no se le compra con «sacrificios».
Pero Juan, el último evangelista, añade un diálogo con los
judíos en el que Jesús afirma de manera solemne que, tras la destrucción del
templo, él «lo levantará en tres días». Nadie puede entender lo que
dice. Por eso, el evangelista añade: «Jesús hablaba del templo de su cuerpo».
No olvidemos que Juan está escribiendo su evangelio cuando
el templo de Jerusalén lleva veinte o treinta años destruido. Muchos judíos se
sienten huérfanos. El templo era el corazón de su religión. ¿Cómo podrán
sobrevivir sin la presencia de Dios en medio del pueblo?
El evangelista recuerda a los seguidores de Jesús que ellos
no han de sentir nostalgia del viejo templo. Jesús, «destruido» por las autoridades
religiosas, pero «resucitado» por el Padre, es el «nuevo templo». No es
una metáfora atrevida. Es una realidad que ha de marcar para siempre la
relación de los cristianos con Dios.
Para quienes ven en Jesús el nuevo templo donde habita Dios,
todo es diferente. Para encontrarse con Dios, no basta entrar en una iglesia.
Es necesario acercarse a Jesús, entrar en su proyecto, seguir sus pasos, vivir
con su espíritu.
En este nuevo templo que es Jesús, para adorar a Dios no
bastan el incienso, las aclamaciones ni las liturgias solemnes. Los verdaderos
adoradores son aquellos que viven ante Dios «en espíritu y en verdad». La
verdadera adoración consiste en vivir con el «Espíritu» de Jesús en la «Verdad»
del Evangelio. Sin esto, el culto es «adoración vacía».
Las puertas de este nuevo templo que es Jesús están abiertas
a todos. Nadie está excluido. Pueden entrar en él los pecadores, los impuros e,
incluso, los paganos. El Dios que habita en Jesús es de todos y para todos. En
este templo no se hace discriminación alguna. No hay espacios diferentes para
hombres y para mujeres. En Cristo ya «no hay varón y mujer». No hay razas
elegidas ni pueblos excluidos. Los únicos preferidos son los necesitados de
amor y de vida. Necesitamos iglesias y templos para celebrar a Jesús como
Señor, pero él es nuestro verdadero templo.
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