Juan 13,31-33a.34-35
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del
hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios
lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de
estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros;
como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que
conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
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José Antonio Pagola
Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Dentro de muy
poco, ya no lo tendrán con ellos. Jesús les habla con ternura especial: «Hijitos
míos, me queda poco de estar con vosotros». La comunidad es pequeña y
frágil. Acaba de nacer. Los discípulos son como niños pequeños. ¿Qué será de
ellos si se quedan sin el Maestro?
Jesús les hace un regalo: «Os doy un mandato nuevo: que
os améis unos a otros como yo os he amado». Si se quieren mutuamente con el
amor con que Jesús los ha querido, no dejarán de sentirlo vivo en medio de
ellos. El amor que han recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos.
Por eso, Jesús añade: «La señal por la que conocerán
todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros». Lo que
permitirá descubrir que una comunidad que se dice cristiana es realmente de
Jesús, no será la confesión de una doctrina, ni la observancia de unos ritos,
ni el cumplimiento de una disciplina, sino el amor vivido con el espíritu de
Jesús. En ese amor está su identidad.
Vivimos en una sociedad donde se ha ido imponiendo la
«cultura del intercambio». Las personas se intercambian objetos, servicios y
prestaciones. Con frecuencia, se intercambian además sentimientos, cuerpos y hasta
amistad. Eric Fromm llegó a decir que «el amor es un fenómeno marginal en la
sociedad contemporánea». La gente capaz de amar es una excepción.
Probablemente sea un análisis excesivamente pesimista, pero
lo cierto es que, para vivir hoy el amor cristiano, es necesario resistirse a
la atmósfera que envuelve a la sociedad actual. No es posible vivir un amor
inspirado por Jesús sin distanciarse del estilo de relaciones e intercambios
interesados que predomina con frecuencia entre nosotros.
Si la Iglesia «se está diluyendo» en medio de la sociedad
contemporánea no es solo por la crisis profunda de las instituciones
religiosas. En el caso del cristianismo es, también, porque muchas veces no es
fácil ver en nuestras comunidades discípulos y discípulas de Jesús que se
distingan por su capacidad de amar como amaba él. Nos falta el distintivo
cristiano.
Los cristianos hemos hablado mucho del amor. Sin embargo, no
siempre hemos acertado o nos hemos atrevido a darle su verdadero contenido a
partir del espíritu y de las actitudes concretas de Jesús. Nos falta aprender
que él vivió el amor como un comportamiento activo y creador que lo llevaba a
una actitud de servicio y de lucha contra todo lo que deshumaniza y hace sufrir
el ser humano.
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