Lucas 13,22-30
Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos"; y él os replicará: "No sé quiénes sois." Entonces comenzaréis a decir. "Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas." Pero él os replicará: "No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados." Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, lsaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.»
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José Antonio Pagola
Jesús va caminando hacia Jerusalén. Su marcha no es la de un
peregrino que sube al templo para cumplir sus deberes religiosos. Según Lucas,
Jesús recorre ciudades y aldeas «enseñando». Hay algo que necesita comunicar a
aquellas gentes: Dios es un Padre bueno que ofrece a todos su salvación. Todos
son invitados a acoger su perdón.
Su mensaje sorprende a todos. Los pecadores se llenan de
alegría al oírle hablar de la bondad insondable de Dios: también ellos pueden
esperar la salvación. En los sectores fariseos, sin embargo, critican su
mensaje y también su acogida a recaudadores, prostitutas y pecadores: ¿no está
Jesús abriendo el camino hacia una relajación religiosa y moral inaceptable?
Según Lucas, un desconocido interrumpe su marcha y le
pregunta por el número de los que se salvarán: ¿serán pocos?, ¿serán muchos?,
¿se salvarán todos?, ¿solo los justos? Jesús no responde directamente a su
pregunta. Lo importante no es saber cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir
con actitud lúcida y responsable para acoger la salvación de ese Dios Bueno.
Jesús se lo recuerda a todos: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha».
De esta manera, corta de raíz la reacción de quienes
entienden su mensaje como una invitación al laxismo. Sería burlarse del Padre.
La salvación no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios
permisivo. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos
de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías.
Para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos,
luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón. Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»; «No juzguéis y no
seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete» como vuestro Padre;
«Buscad el reino de Dios y su justicia».
Para entender correctamente la invitación a «entrar por la
puerta estrecha», hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en
el evangelio de Juan: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí será salvo»
(Juan 10,9). Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a
vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha resucitado.
En este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da igual;
hemos de responder al amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es
rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano. Por eso, su llamada
es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesucristo es una puerta siempre
abierta. Nadie la puede cerrar, solo nosotros si nos cerramos a su perdón.
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