Mateo 3,13-17
En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que
lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole: «Soy yo el que
necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.» Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»
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José
Antonio Pagola
Antes de
narrar su actividad profética, los evangelistas nos hablan de una experiencia
que va a transformar radicalmente la vida de Jesús. Después de ser bautizado
por Juan, Jesús se siente el Hijo querido de Dios, habitado plenamente por su
Espíritu. Alentado por ese Espíritu, Jesús se pone en marcha para anunciar a
todos con su vida y su mensaje la Buena Noticia de un Dios amigo y salvador del
ser humano.
No es extraño
que, al invitarnos a vivir en los próximos años «una nueva etapa
evangelizadora», el papa nos recuerde que la Iglesia necesita más que nunca
«evangelizadores de Espíritu». Sabe muy bien que solo el Espíritu de Jesús nos
puede infundir fuerza para poner en marcha la conversión radical que necesita
la Iglesia. ¿Por qué caminos?
Esta
renovación de la Iglesia solo puede nacer de la novedad del Evangelio. El papa
nos invita a escuchar también hoy el mismo mensaje que Jesús proclamaba por los
caminos de Galilea, no otro diferente. Hemos de «volver a la fuente para
recuperar la frescura original del Evangelio». Solo de esta manera «podremos
romper esquemas aburridos en los que pretendemos encerrar a Jesucristo».
El papa está
pensando en una renovación radical «que no puede dejar las cosas como están; ya
no sirve una simple administración». Por eso nos pide abandonar el cómodo
criterio pastoral del «siempre se ha hecho así» e insiste una y otra vez: «Invito
a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las
estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias
comunidades».
Francisco
busca una Iglesia en la que solo nos preocupe comunicar la Buena Noticia de
Jesús al mundo actual. «Más que el temor a no equivocarnos espero que nos mueva
el temor a encerrarnos en estructuras que nos dan una falsa contención, en
normas que nos vuelven jueces implacables, en costumbres donde nos sentimos
tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin
cansarse: Dadles vosotros de comer».
El papa nos
llama a construir «una Iglesia con las puertas abiertas», pues la alegría del
Evangelio es para todos y no se debe excluir a nadie. ¡Qué alegría poder
escuchar de sus labios una visión de Iglesia que recupera el Espíritu más
genuino de Jesús rompiendo actitudes muy arraigadas durante siglos! «A menudo
nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero
la Iglesia no es una aduana, es la casa del Padre, donde hay lugar para cada
uno con su vida a cuestas».
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