Juan 1,29-34
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía
hacia él, exclamó: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Ése es aquel de quien yo dije: "Tras de mí viene un hombre que está por
delante de mí, porque existía antes que yo." Yo no lo conocía, pero he
salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.»
*****|*****
José Antonio Pagola
Las primeras comunidades cristianas se preocuparon de
diferenciar bien el bautismo de Juan, que sumergía a las gentes en las aguas
del Jordán, y el bautismo de Jesús, que comunicaba su Espíritu para limpiar,
renovar y transformar el corazón de sus seguidores. Sin ese Espíritu de Jesús,
la Iglesia se apaga y se extingue.
Solo el Espíritu de Jesús puede poner más verdad en el
cristianismo actual. Solo su Espíritu nos puede conducir a recuperar nuestra
verdadera identidad, abandonando caminos que nos desvían una y otra vez del
Evangelio. Solo ese Espíritu nos puede dar luz y fuerza para emprender la
renovación que necesita hoy la Iglesia.
El papa Francisco sabe muy bien que el mayor obstáculo para
poner en marcha una nueva etapa evangelizadora es la mediocridad espiritual. Lo
dice de manera rotunda. Desea alentar con todas sus fuerzas una etapa «más
ardiente, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin, y de vida
contagiosa». Pero todo será insuficiente «si no arde en los corazones el fuego
del Espíritu».
Por eso busca para la Iglesia de hoy «evangelizadores con
Espíritu» que se abran sin miedo a su acción y encuentren en ese Espíritu Santo
de Jesús «la fuerza para anunciar la verdad del Evangelio con audacia, en voz
alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente».
Según el papa, la renovación que quiere impulsar en el
cristianismo actual no es posible «cuando la falta de una espiritualidad
profunda se traduce en pesimismo, fatalismo y desconfianza», o cuando nos lleva
a pensar que «nada puede cambiar» y, por tanto, que «es inútil esforzarse», o
cuando bajamos los brazos definitivamente, «dominados por un descontento crónico
o por una acedia que seca el alma».
Francisco nos advierte que «a veces perdemos el entusiasmo al
olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las
personas». Sin embargo no es así. El papa expresa con fuerza su convicción: «No
es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con
él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su
Palabra [...] no es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que
hacerlo solo con la propia razón».
Todo esto hemos de descubrirlo por experiencia personal de
Jesús. De lo contrario, dice el papa, a quien no lo descubre, «pronto le falta
fuerza y pasión; y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura,
enamorada, no convence a nadie». ¿No estará aquí uno de los principales
obstáculos para impulsar la renovación querida por el papa Francisco?
No hay comentarios:
Publicar un comentario