Mateo 5,38-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
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José Antonio Pagola
La llamada al amor es siempre atractiva. Seguramente, muchos
acogían con agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor
síntesis de la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les hablara de
amar a los enemigos.
Sin embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno de la
tradición bíblica, distanciándose de los salmos de venganza que alimentaban la
oración de su pueblo, enfrentándose al clima general que respiraba en su
entorno de odio hacia los enemigos, proclamó con claridad absoluta su llamada: «Yo,
en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen».
Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente
con su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus
enemigos, no busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en
vengarse, sino en amar incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese
Dios no ha de introducir en el mundo odio ni destrucción de nadie.
El amor al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús
dirigida a personas llamadas a una perfección heroica. Su llamada quiere
introducir en la historia una actitud nueva ante el enemigo, porque quiere
eliminar en el mundo el odio y la violencia destructora. Quien se parezca a
Dios no alimentará el odio contra nadie, buscará el bien de todos, incluso el
de sus enemigos.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo no está pidiendo que
alimentemos en nosotros sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien
nos hace mal. El enemigo sigue siendo alguien del que podemos esperar daño, y
difícilmente pueden cambiar los sentimientos de nuestro corazón.
Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal,
no buscar ni desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor o
afecto hacia él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos hemos de
preocupar cuando seguimos alimentando odio y sed de venganza.
Pero no se trata solo de no hacerle daño. Podemos dar más
pasos hasta estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos
necesitado. No hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que
cuando nos vengamos. Podemos incluso devolverle bien por mal.
El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas
circunstancias, a la persona se le puede hacer prácticamente imposible
liberarse enseguida del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de
juzgar a nadie desde fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera
incondicional, incluso cuando no somos capaces de perdonar.
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