Juan 6, 60-69
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de
hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»
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José Antonio Pagola
El evangelio de Juan ha conservado el recuerdo de una fuerte
crisis entre los seguidores de Jesús. No tenemos apenas datos. Solo se nos dice
que a los discípulos les resulta duro su modo de hablar. Probablemente les
parece excesiva la adhesión que reclama de ellos. En un determinado momento, «muchos
discípulos se retiraron y ya no iban con él».
Por primera vez experimenta Jesús que sus palabras no tienen
la fuerza deseada. Sin embargo no las retira, sino que se reafirma más: «Las
palabras que os he dicho son espíritu y vida, pero algunos de vosotros no
creen». Sus palabras parecen duras, pero transmiten vida, hacen vivir, pues
contienen Espíritu de Dios.
Jesús no pierde la paz. No le inquieta el fracaso.
Dirigiéndose a los Doce les hace la pregunta decisiva: «¿También vosotros
queréis marcharos?». No los quiere retener por la fuerza. Les deja la
libertad de decidir. Sus discípulos no han de ser siervos, sino amigos. Si
quieren, pueden volver a sus casas.
Una vez más, Pedro responde en nombre de todos. Su respuesta
es ejemplar. Sincera, humilde, sensata, propia de un discípulo que conoce a
Jesús lo suficiente como para no abandonarlo. Su actitud puede todavía hoy
ayudar a quienes con fe vacilante se plantean prescindir de toda fe.
«Señor, ¿a quién iríamos?». No tiene sentido
abandonar a Jesús de cualquier manera, sin haber encontrado un maestro mejor y
más convincente. Si no siguen a Jesús, se quedarán sin saber a quién seguir. No
han de precipitarse. No es bueno quedarse sin luz ni guía en la vida.
Pedro es realista. ¿Es bueno abandonar a Jesús sin haber
encontrado una esperanza más convincente y atractiva? ¿Basta sustituirlo por un
estilo de vida rebajada, sin apenas metas ni horizonte? ¿Es mejor vivir sin
preguntas, planteamientos ni búsqueda de ninguna clase?
Hay algo que Pedro no olvida: «Tus palabras dan vida
eterna». Siente que las palabras de Jesús no son palabras vacías ni
engañosas. Junto a él han descubierto la vida de otra manera. Su mensaje les ha
abierto a la vida eterna. ¿Dónde podrían encontrar una noticia mejor de Dios?
Pedro recuerda, por último, la experiencia fundamental. Al
convivir con Jesús ha descubierto que viene del misterio de Dios. Desde lejos,
a distancia, desde la indiferencia o el desinterés no se puede reconocer el
misterio que se encierra en Jesús. Los Doce lo han tratado de cerca. Por eso
pueden decir: «Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Seguirán junto a Jesús.
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