Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi
carne para la vida del mundo.»Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
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José Antonio Pagola
Según el
relato de Juan, una vez más los judíos, incapaces de ir más allá de lo físico y
material, interrumpen a Jesús, escandalizados por el lenguaje agresivo que
emplea: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Jesús no retira su
afirmación, sino que da a sus palabras un contenido más profundo.
El núcleo de
su exposición nos permite adentrarnos en la experiencia que vivían las primeras
comunidades cristianas al celebrar la eucaristía. Según Jesús, los discípulos
no solo han de creer en él, sino que han de alimentarse y nutrir su vida de su
misma persona. La eucaristía es una experiencia central en los seguidores de
Jesús.
Las palabras
que siguen no hacen sino destacar su carácter fundamental e indispensable: «Mi
carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Si los
discípulos no se alimentan de él, podrán hacer y decir muchas cosas, pero no
han de olvidar sus palabras: «No tendréis vida en vosotros». Para tener
vida dentro de nosotros necesitamos alimentarnos de Jesús, nutrirnos de su
aliento vital, interiorizar sus actitudes y sus criterios de vida. Este es el
secreto y la fuerza de la eucaristía. Solo lo conocen aquellos que comulgan con
él y se alimentan de su pasión por el Padre y de su amor a sus hijos.
El lenguaje
de Jesús es de gran fuerza expresiva. A quien sabe alimentarse de él le hace
esta promesa: «Ese habita en mí y yo en él». Quien se nutre de la
eucaristía experimenta que su relación con Jesús no es algo externo. Jesús no
es modelo de vida que imitamos desde fuera. Alimenta nuestra vida desde dentro.
Esta
experiencia de «habitar» en Jesús y dejar que Jesús «habite» en nosotros puede
transformar de raíz nuestra fe. Ese intercambio mutuo, esta comunión estrecha,
difícil de expresar con palabras, constituye la verdadera relación del
discípulo con Jesús. Esto es seguirlo sostenidos por su fuerza vital.
La vida que
Jesús transmite a sus discípulos en la eucaristía es la que él mismo recibe del
Padre, que es Fuente inagotable de vida plena. Una vida que no se extingue con
nuestra muerte biológica. Por eso se atreve Jesús a hacer esta promesa a los
suyos: «El que coma de este pan vivirá para siempre».
Sin duda, el
signo más grave de la crisis de la fe cristiana entre nosotros es el abandono
tan generalizado de la eucaristía dominical. Para quien ama a Jesús es doloroso
observar cómo la eucaristía va perdiendo su poder de atracción. Pero es más
doloroso aún ver que desde la Iglesia asistimos a este hecho sin atrevernos a
reaccionar. ¿Por qué?
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