Lucas 3,15-16.21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su
interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a
todos:«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
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José Antonio Pagola
El Bautista no permite que la gente lo confunda con el
Mesías. Conoce sus límites y los reconoce. Hay alguien más fuerte y decisivo
que él. El único al que el pueblo ha de acoger. La razón es clara. El Bautista
les ofrece un bautismo de agua. Solo Jesús, el Mesías, los «bautizará con el
Espíritu Santo y con fuego».
A juicio de no pocos observadores, el mayor problema de la
Iglesia de hoy es «la mediocridad espiritual». La Iglesia no posee el vigor
espiritual que necesita para enfrentarse a los retos del momento actual. Cada
vez es más patente. Necesitamos ser bautizados por Jesús con su fuego y su
Espíritu.
En no pocos cristianos esta creciendo el miedo a todo lo que
pueda llevarnos a una renovación. Se insiste mucho en la continuidad para
conservar el pasado, pero no nos preocupamos de escuchar las llamadas del
Espíritu para preparar el futuro. Poco a poco nos estamos quedando ciegos para
leer los «signos de los tiempos».
Se da primacía a certezas y creencias para robustecer la fe
y lograr una mayor cohesión eclesial frente a la sociedad moderna, pero con
frecuencia no se cultiva la adhesión viva a Jesús. ¿Se nos ha olvidado que él
es más fuerte que todos nosotros? La doctrina religiosa, expuesta casi siempre
con categorías premodernas, no toca los corazones ni convierte nuestras vidas.
Abandonado el aliento renovador del Concilio, se ha ido
apagando la alegría en sectores importantes del pueblo cristiano, para dar paso
a la resignación. De manera callada pero palpable va creciendo el desafecto y
la separación entre la institución eclesial y no pocos cristianos.
Es urgente crear cuanto antes un clima más amable y cordial.
Cualquiera no podrá despertar en el pueblo sencillo la ilusión perdida.
Necesitamos volver a las raíces de nuestra fe. Ponernos en contacto con el
Evangelio. Alimentarnos de las palabras de Jesús que son «espíritu y vida».
Dentro de unos años, nuestras comunidades cristianas serán
muy pequeñas. En muchas parroquias no habrá ya presbíteros de forma permanente.
Que importante es cuidar desde ahora un núcleo de creyentes en torno al
Evangelio. Ellos mantendrán vivo el Espíritu de Jesús entre nosotros. Todo será
más humilde, pero también más evangélico.
A nosotros se nos pide iniciar ya la reacción. Lo mejor que
podemos dejar en herencia a las futuras generaciones es un amor nuevo a Jesús y
una fe más centrada en su persona y su proyecto. Lo demás es más secundario. Si
viven desde el Espíritu de Jesús, encontrarán caminos nuevos.
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