Lucas 10,
38-42
En aquel tiempo, entró
Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».
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José Antonio Pagola
El episodio es algo
sorprendente. Los discípulos que acompañan a Jesús han desaparecido de la
escena. Lázaro, el hermano de Marta y María, está ausente. En la casa de la
pequeña aldea de Betania, Jesús se encuentra a solas con dos mujeres que
adoptan ante su llegada dos actitudes diferentes.
Marta, que sin duda es la
hermana mayor, acoge a Jesús como ama de casa, y se pone totalmente a su
servicio. Es natural. Según la mentalidad de la época, la dedicación a las
faenas del hogar era tarea exclusiva de la mujer. María, por el contrario, la
hermana más joven, se sienta a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Su
actitud es sorprendente pues está ocupando el lugar propio de un “discípulo”
que solo correspondía a los varones.
En un momento determinado,
Marta, absorbida por el trabajo y desbordada por el cansancio, se siente
abandonada por su hermana e incomprendida por Jesús: “Señor, ¿no te
importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche
una mano”. ¿Por qué no manda a su hermana que se dedique a las tareas
propias de toda mujer y deje de ocupar el lugar reservado a los discípulos
varones?
La respuesta de Jesús es
de gran importancia. Lucas la redacta pensando probablemente en las
desavenencias y pequeños conflictos que se producen en las primeras comunidades
a la hora de fijar las diversas tareas:“Marta, Marta, andas inquieta y
nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte
mejor, y no se la quitarán”.
En ningún momento critica
Jesús a Marta su actitud de servicio, tarea fundamental en todo seguimiento a
Jesús, pero le invita a no dejarse absorber por su trabajo hasta el punto de
perder la paz. Y recuerda que la escucha de su Palabra ha de ser lo prioritario
para todos, también para las mujeres, y no una especie de privilegio de los
varones.
Es urgente hoy
entender y organizar la comunidad cristiana como un lugar donde se cuida, antes
de nada, la acogida del Evangelio en medio de la sociedad secular y plural de
nuestros días. Nada hay más importante. Nada más necesario. Hemos de aprender a
reunirnos mujeres y varones, creyentes y menos creyentes, en pequeños grupos
para escuchar y compartir juntos las palabras de Jesús.
Esta escucha del Evangelio
en pequeñas “células” puede ser hoy la “matriz” desde la que se vaya
regenerando el tejido de nuestras parroquias en crisis. Si el pueblo sencillo
conoce de primera mano el Evangelio de Jesús, lo disfruta y lo reclama a la
jerarquía, nos arrastrará a todos hacia Jesús.
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