Marcos 13,33-37 (1 Adviento - B)
Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!
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No siempre es la desesperación la que destruye en nosotros
la esperanza y el deseo de seguir caminando día a día llenos de vida. Al
contrario, se podría decir que la esperanza se va diluyendo en nosotros casi
siempre de manera silenciosa y apenas perceptible.
Tal vez sin darnos cuenta, nuestra vida va perdiendo color e
intensidad. Poco a poco parece que todo empieza a ser pesado y aburrido. Vamos
haciendo más o menos lo que tenemos que hacer, pero la vida no nos «llena».
Un día comprobamos que la verdadera alegría ha ido
desapareciendo de nuestro corazón. Ya no somos capaces de saborear lo bueno, lo
bello y grande que hay en la existencia.
Poco a poco todo se nos ha ido complicando. Quizá ya no
esperamos gran cosa de la vida ni de nadie. Ya no creemos ni siquiera en
nosotros mismos. Todo nos parece inútil y sin apenas sentido.
La amargura y el mal humor se apoderan de nosotros cada vez
con más facilidad. Ya no cantamos. De nuestros labios no salen sino sonrisas
forzadas. Hace tiempo que no acertamos a rezar.
Quizá comprobamos con tristeza que nuestro corazón se ha ido
endureciendo y hoy apenas queremos de verdad a nadie. Incapaces de acoger y
escuchar a quienes encontramos día a día en nuestro camino, solo sabemos
quejarnos, condenar y descalificar.
Poco a poco hemos ido cayendo en el escepticismo, la
indiferencia o «la pereza total». Cada vez con menos fuerzas para todo lo que
exija verdadero esfuerzo y superación, ya no queremos correr nuevos riesgos. No
merece la pena. Preocupados por muchas cosas que nos parecían importantes, la
vida se nos ha ido escapando. Hemos envejecido interiormente y algo está a
punto de morir dentro de nosotros. ¿Qué podemos hacer?
Lo primero es despertar y abrir los ojos. Todos esos
síntomas son indicio claro de que tenemos la vida mal planteada. Ese malestar
que sentimos es la llamada de alarma que ha comenzado a sonar dentro de
nosotros.
Nada está perdido. No podemos de pronto sentirnos bien con
nosotros mismos, pero podemos reaccionar. Hemos de preguntarnos qué es lo que
hemos descuidado hasta ahora, qué es lo que tenemos que cambiar, a qué tenemos
que dedicar más atención y más tiempo. Las palabras de Jesús están dirigidas a
todos: «Vigilad». Tal vez, hoy mismo hemos de tomar alguna decisión.
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