Lucas 2,16-21 (Santa María, Madre de Dios – B)
Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
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José Antonio Pagola
Poco a poco lo vamos consiguiendo.
Ya hemos logrado celebrar unas fiestas entrañables sin conocer exactamente su
razón de ser. Nos felicitamos unos a otros y no sabemos por qué. Se anuncia la
Navidad y se oculta su motivo. Muchos no recuerdan ya dónde está el corazón de
estas fiestas. ¿Por qué no escuchar el «primer pregón» de Navidad? Lo compuso
el evangelista Lucas hacia el año 80 después de Cristo.
Según el relato es noche cerrada.
De pronto, una «claridad» envuelve con su resplandor a unos pastores. El
evangelista dice que es la «gloria del Señor». La imagen es grandiosa: la noche
queda iluminada. Sin embargo, los pastores «se llenan de temor». No tienen
miedo a las tinieblas, sino a la luz. Por eso el anuncio empieza con estas palabras:
«No temáis». No nos hemos de extrañar. Preferimos vivir en tinieblas. Nos da
miedo la luz de Dios. No queremos vivir en la verdad. Quien no ponga estos días
más luz y verdad en su vida no celebrará la Navidad.
El mensajero continúa: «Os traigo
la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo». La alegría de Navidad
no es una más entre otras. No hay que confundirla con cualquier bienestar,
satisfacción o disfrute. Es una alegría «grande», inconfundible, que viene de
la «Buena Noticia» de Jesús. Por eso es «para todo el pueblo» y ha de llegar
sobre todo a los que sufren y viven tristes.
Si ya Jesús no es una «buena
noticia»; si su Evangelio no nos dice nada; si no conocemos la alegría que solo
nos puede llegar de Dios; si reducimos estas fiestas a disfrutar cada uno de su
bienestar o a alimentar un gozo religioso egoísta, celebraremos cualquier cosa
menos la Navidad.
La única razón para celebrarla es
esta: «Os ha nacido hoy el Salvador». Ese niño no les ha nacido a María y José.
No es suyo. Es de todos. Es «el Salvador» del mundo. El único en el que podemos
poner nuestra última esperanza. Este mundo que conocemos no es la verdad
definitiva. Jesucristo es la esperanza de que la injusticia que hoy lo envuelve
todo no prevalecerá para siempre.
Sin esta esperanza no hay Navidad.
Despertaremos nuestros mejores sentimientos, disfrutaremos del hogar y la
amistad, nos regalaremos momentos de felicidad. Todo eso es bueno. Muy bueno.
Todavía no es Navidad.
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