Marcos 9,2-10 (2 Cuaresma – B)
Seis días más tarde Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». 8De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
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José Antonio Pagola
Cada vez tenemos menos tiempo para escuchar. No sabemos
acercarnos con calma y sin prejuicios al corazón del otro. No acertamos a
acoger el mensaje que todo ser humano nos puede comunicar. Encerrados en
nuestros propios problemas, pasamos junto a las personas, sin apenas detenernos
a escuchar realmente a nadie. Se nos está olvidando el arte de escuchar.
Por eso tampoco resulta tan extraño que a los cristianos se
nos haya olvidado, en buena parte, que ser creyente es vivir escuchando a
Jesús. Sin embargo, solo desde esta escucha nace la verdadera fe cristiana.
Según el evangelista Marcos, cuando en la «montaña de la
transfiguración» los discípulos se asustan al sentirse envueltos por las
sombras de una nube, solo escuchan estas palabras: «¡Este es mi Hijo amado:
escuchadle a él!».
La experiencia de escuchar a Jesús hasta el fondo puede ser
dolorosa, pero es apasionante. No es el que nosotros habíamos imaginado desde
nuestros esquemas y tópicos. Su misterio se nos escapa. Casi sin darnos cuenta
nos va arrancando de seguridades que nos son muy queridas, para atraernos hacia
una vida más auténtica.
Nos encontramos, por fin, con alguien que dice la verdad
última. Alguien que sabe para qué vivir y por qué morir. Algo nos dice desde
dentro que tiene razón. En su vida y en su mensaje hay verdad.
Si perseveramos en una escucha paciente y sincera, nuestra
vida empieza a iluminarse con luz nueva. Comenzamos a verlo todo con más
claridad. Vamos descubriendo cuál es la manera más humana de enfrentarnos a los
problemas de la vida y al misterio de la muerte. Nos damos cuenta de los
grandes errores que podemos cometer los humanos y de las grandes infidelidades
de los cristianos.
Hemos de cuidar más en nuestras comunidades cristianas la
escucha fiel a Jesús. Escucharle a él nos puede curar de cegueras seculares,
nos puede liberar de desalientos y cobardías casi inevitables, puede infundir
nuevo vigor a nuestra fe.
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