Mateo 28,16-20 (Santísima Trinidad – B)
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús
les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos
dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en
el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles
a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el final de los tiempos».
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José Antonio Pagola
A lo largo de los siglos, los teólogos cristianos han
elaborado profundos estudios sobre la Trinidad. Sin embargo, bastantes
cristianos de nuestros días no logran captar qué tienen que ver con su vida
esas admirables doctrinas.
Al parecer, hoy necesitamos oír hablar de Dios con palabras
humildes y sencillas, que toquen nuestro pobre corazón, confuso y desalentado,
y reconforten nuestra fe vacilante. Necesitamos, tal vez, recuperar lo esencial
de nuestro Credo para aprender a vivirlo con alegría nueva.
«Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra». No
estamos solos ante nuestros problemas y conflictos. No vivimos olvidados. Dios
es nuestro «Padre» querido. Así lo llamaba Jesús y así lo llamamos nosotros. Él
es el origen y la meta de nuestra vida. Nos ha creado a todos solo por amor, y
nos espera a todos con corazón de Padre al final de nuestra peregrinación por
este mundo.
Su nombre es hoy olvidado y negado por muchos. Las nuevas
generaciones se van alejando de él, y los creyentes no sabemos contagiarles
nuestra fe, pero Dios nos sigue mirando a todos con amor. Aunque vivamos llenos
de dudas, no hemos de perder la fe en este Dios, Creador y Padre, pues
habríamos perdido nuestra última esperanza.
«Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor». Es el
gran regalo que Dios ha hecho al mundo. Él nos ha contado cómo es el Padre.
Para nosotros, Jesús nunca será un hombre más. Mirándolo a él vemos al Padre:
en sus gestos captamos su ternura y comprensión. En él podemos sentir a Dios
humano, cercano, amigo.
Este Jesús, el Hijo amado de Dios, nos ha animado a
construir una vida más fraterna y dichosa para todos. Es lo que más quiere el
Padre. Nos ha indicado, además, el camino a seguir: «Sed compasivos como
vuestro Padre es compasivo». Si olvidamos a Jesús, ¿quién ocupará su vacío?,
¿quién nos podrá ofrecer su luz y su esperanza?
«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». Este
misterio de Dios no es algo lejano. Está presente en el fondo de cada uno de
nosotros. Lo podemos captar como Espíritu que alienta nuestras vidas, como Amor
que nos lleva hacia los que sufren. Este Espíritu es lo mejor que hay dentro de
nosotros.
Es una gracia grande caminar por la vida bautizados en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. No lo hemos de olvidar.
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