Juan 20,19-23 (Pentecostés – B)
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
******//******
José Antonio
Pagola
Los hebreos
se hacían una idea muy bella y real del misterio de la vida. Así describe la
creación del hombre un viejo relato, muchos siglos anterior a Cristo: «El Señor
Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego sopló en su nariz aliento
de vida. Y así el hombre se convirtió en un [ser] viviente».
Es lo que
dice la experiencia. El ser humano es barro. En cualquier momento se puede
desmoronar. ¿Cómo caminar con pies de barro? ¿Cómo mirar la vida con ojos de
barro? ¿Cómo amar con corazón de barro? Sin embargo, este barro ¡vive! En su
interior hay un aliento que le hace vivir. Es el Aliento de Dios. Su Espíritu
vivificador.
Al final de
su evangelio, Juan ha descrito una escena grandiosa. Es el momento culminante
de Jesús resucitado. Según su relato, el nacimiento de la Iglesia es una «nueva
creación». Al enviar a sus discípulos, Jesús «sopla su aliento sobre ellos y
les dice: Recibid el Espíritu Santo».
Sin el
Espíritu de Jesús, la Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de
introducir esperanza, consuelo y vida en el mundo. Puede pronunciar palabras
sublimes sin comunicar el aliento de Dios a los corazones. Puede hablar con
seguridad y firmeza sin afianzar la fe de las personas. ¿De dónde va a sacar
esperanza si no es del aliento de Jesús? ¿Cómo va a defenderse de la muerte sin
el Espíritu del Resucitado?
Sin el
Espíritu creador de Jesús podemos terminar viviendo en una Iglesia que se
cierra a toda renovación: no está permitido soñar en grandes novedades; lo más
seguro es una religión estática y controlada, que cambie lo menos posible; lo
que hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros;
nuestras generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje y los
ritos de hace muchos siglos. Los caminos están marcados. No hay que preguntarse
por qué.
¿Cómo no
gritar con fuerza: «¡Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia. Ven a liberarnos
del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu fuerza creadora»? No hemos de
mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario