Marcos 6,30-34 16 Tiempo ordinario – B
Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a solas a un lugar desierto. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.
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José Antonio Pagola
Es gozoso para un creyente
encontrarse con un Jesús que sabe comprender las necesidades más hondas del ser
humano. Por eso se nos llena el alma de alegría al escuchar la invitación que
dirige a sus discípulos: «Venid a un sitio tranquilo a descansar un poco».
Los hombres necesitamos «hacer
fiesta». Y quizá hoy más que nunca. Sometidos a un ritmo de trabajo inflexible,
esclavos de ocupaciones y tareas a veces agotadoras, necesitamos ese descanso
que nos ayude a liberarnos de la tensión, el desgaste y la fatiga acumulada a
lo largo de los días.
El hombre contemporáneo ha
terminado con frecuencia por ser un esclavo de la productividad. Tanto en los
países socialistas como en los capitalistas, el valor de la vida se ha reducido
en la práctica a producción, eficacia y rendimiento laboral. Según H. Cox, el
hombre actual «ha comprado la prosperidad al precio de un vertiginoso
empobrecimiento en sus elementos vitales». Lo cierto es que todos corremos el
riesgo de olvidar el valor último de la vida para ahogarnos en el activismo, el
trabajo y la producción.
La sociedad industrial nos ha
hecho más laboriosos, mejor organizados, más eficaces, pero, mientras tanto,
son muchos los que tienen la impresión de que la vida se les escapa tristemente
de entre las manos. Por eso el descanso no puede ser solo la «pausa» necesaria
para reponer nuestras energías agotadas o la «válvula de escape» que nos libera
de las tensiones acumuladas, para volver con nuevas fuerzas al trabajo de
siempre.
El descanso nos tendría que
ayudar a regenerar todo nuestro ser descubriéndonos dimensiones nuevas de
nuestra existencia. La fiesta nos ha de recordar que la vida no es solo
esfuerzo y trabajo agotador. El ser humano está hecho también para disfrutar,
para jugar, para gozar de la amistad, para orar, para agradecer, para adorar...
No hemos de olvidar que, por encima de luchas y rivalidades, todos estamos
llamados ya desde ahora a disfrutar como hermanos de una fiesta que un día será
definitiva.
Tenemos que aprender a «hacer
vacaciones» de otra manera. No se trata de obsesionarnos con «pasarlo bien» a
toda costa, sino de saber disfrutar con sencillez y agradecimiento de los
amigos, la familia, la naturaleza, el silencio, el juego, la música, el amor,
la belleza, la convivencia. No se trata de vaciarnos en la superficialidad de
unos días vividos de manera alocada, sino de recuperar la armonía interior,
cuidar más las raíces de nuestra vida, encontrarnos con nosotros mismos,
disfrutar de la amistad y el amor de las personas, «gozar de Dios» a través de
la creación entera.
Y no olvidemos algo
importante. Solo tenemos derecho al descanso y la fiesta si nos cansamos
diariamente en el esfuerzo por construir una sociedad más humana y feliz para
todos.
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