Marcos 6,7-13 (15 Tiempo ordinario – B)
Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y decía: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos». Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
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José Antonio Pagola
¿Como podría la Iglesia recuperar su prestigio social y
ejercer de nuevo aquella influencia que tuvo en nuestra sociedad hace solamente
algunos años? Sin confesarlo quizá en voz alta, son bastantes los que añoran
aquellos tiempos en que la Iglesia podía anunciar su mensaje desde plataformas
privilegiadas que contaban con el apoyo del poder político.
¿No hemos de luchar por recuperar otra vez ese poder perdido
que nos permita hacer una «propaganda» religiosa y moral eficaz, capaz de
superar otras ideologías y corrientes de opinión que se van imponiendo entre
nosotros?
¿No hemos de desarrollar unas estructuras religiosas más
poderosas, fortalecer nuestros organismos y hacer de la Iglesia una «empresa
más competitiva y rentable»?
Sin duda, en el fondo de esta inquietud hay una voluntad
sincera de llevar el evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pero
¿es ese el camino a seguir? Las palabras de Jesús, al enviar a sus discípulos
sin pan ni alforja, sin dinero ni túnica de repuesto, insisten más bien en
«caminar» pobremente, con libertad, ligereza y disponibilidad total.
Lo importante no es un equipamiento que nos dé seguridad,
sino la fuerza misma del evangelio vivido con sinceridad, pues el evangelio
penetra en la sociedad no tanto a través de medios eficaces de propaganda, sino
por medio de testigos que viven fielmente el seguimiento a Jesucristo.
Son necesarias en la Iglesia la organización y las
estructuras, pero solo para sostener la vida evangélica de los creyentes. Una
Iglesia cargada de excesivo equipaje corre el riesgo de hacerse sedentaria y
conservadora. A la larga se preocupará más de abastecerse a sí misma que de
caminar libremente al servicio del reino de Dios.
Una Iglesia más desguarnecida, más desprovista de privilegios
y más empobrecida de poder sociopolítico será una Iglesia más libre y capaz de
ofrecer el evangelio en su verdad más auténtica.
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