Marcos 7,31-37 (23 Tiempo ordinario – B)
Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
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José Antonio Pagola
La soledad se ha convertido en
una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres construyen
puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Lanzan satélites para
transmitir toda clase de ondas entre los continentes. Se desarrolla la telefonía
móvil y la comunicación por Internet. Pero muchas personas están cada vez más
solas.
El contacto humano se ha
enfriado en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente apenas
responsable de los demás. Cada uno vive encerrado en su mundo. No es fácil el
regalo de la verdadera amistad.
Hay quienes han perdido la
capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. No son ya capaces
de acoger y amar sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos ni amados
por nadie. Se relacionan cada día con mucha gente, pero en realidad no se
encuentran con nadie. Viven con el corazón bloqueado. Cerrados a Dios y
cerrados a los demás.
Según el relato evangélico,
para liberar al sordomudo de su enfermedad, Jesús le pide su colaboración:
«Ábrete». ¿No es esta la invitación que hemos de escuchar también hoy para
rescatar nuestro corazón del aislamiento?
Sin duda, las causas de esta
falta de comunicación son muy diversas, pero, con frecuencia, tienen su raíz en
nuestro pecado. Cuando actuamos egoístamente nos alejamos de los demás, nos
separamos de la vida y nos encerramos en nosotros mismos. Queriendo defender
nuestra propia libertad e independencia caemos en el riesgo de vivir cada vez
más solos.
Sin duda es bueno aprender
nuevas técnicas de comunicación, pero hemos de aprender, antes que nada, a
abrirnos a la amistad y al amor verdadero. El egoísmo, la desconfianza y la
insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de otros.
Por ello, la conversión al amor es camino indispensable para escapar de la
soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos no está solo. Vive de
manera solidaria.
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