Marcos 10,2-16 (27 Tiempo ordinario – B)
Acercándose unos fariseos, le preguntaban para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?». Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?». Contestaron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio». Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.
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José Antonio Pagola
Lo que más hacía sufrir a las mujeres en la Galilea de los
años treinta del siglo I era su sometimiento total al varón dentro de la
familia patriarcal. El esposo las podía incluso repudiar en cualquier momento
abandonándolas a su suerte. Este derecho se basaba, según la tradición judía,
nada menos que en la ley de Dios.
Los maestros discutían sobre los motivos que podían
justificar la decisión del esposo. Según los seguidores de Shammai, solo se
podía repudiar a la mujer en caso de adulterio; según Hillel, bastaba que la
mujer hiciera cualquier cosa «desagradable» a los ojos de su marido. Mientras
los doctos varones discutían, las mujeres no podían elevar su voz para defender
sus derechos.
En algún momento, el planteamiento llegó hasta Jesús:
«¿Puede el hombre repudiar a su esposa?». Su respuesta desconcertó a todos. Las
mujeres no se lo podían creer. Según Jesús, si el repudio está en la ley, es
por la «dureza de corazón» de los varones y su mentalidad machista, pero el
proyecto original de Dios no fue un matrimonio «patriarcal» dominado por el
varón.
Dios creó al varón y a la mujer para que fueran «una sola
carne». Los dos están llamados a compartir su amor, su intimidad y su vida
entera, con igual dignidad y en comunión total. De ahí el grito de Jesús: «Lo
que ha unido Dios, que no lo separe el varón» con su actitud machista.
Dios quiere una vida más digna, segura y estable para esas
esposas sometidas y maltratadas por el varón en los hogares de Galilea. No
puede bendecir una estructura que genere superioridad del varón y sometimiento
de la mujer. Después de Jesús, ningún cristiano podrá legitimar con el
evangelio nada que promueva discriminación, exclusión o sumisión de la mujer.
En el mensaje de Jesús hay una predicación dirigida
exclusivamente a los varones para que renuncien a su «dureza de corazón» y
promuevan unas relaciones más justas e igualitarias entre varón y mujer. ¿Dónde
se escucha hoy este mensaje?, ¿cuándo llama la Iglesia a los varones a esta
conversión?, ¿qué estamos haciendo los seguidores de Jesús para revisar y
cambiar comportamientos, hábitos, costumbres y leyes que van claramente en
contra de la voluntad original de Dios al crear al varón y a la mujer?
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