Lucas 6,27-38 (7 Tiempo ordinario – C)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».
José Antonio Pagola
AMOR AL ENEMIGO
«A los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos,
haced el bien a los que os odian». ¿Qué podemos hacer los creyentes ante estas
palabras de Jesús? ¿Suprimirlas del Evangelio? ¿Borrarlas del fondo de nuestra
conciencia? ¿Dejarlas para tiempos mejores?
No cambia mucho en las diferentes culturas la postura básica
de los hombres ante el «enemigo», es decir, ante alguien de quien solo podemos
esperar algún daño. El ateniense Lisias (siglo V a. C.) expresa la concepción
vigente en la antigua Grecia con una fórmula que sería bien acogida también hoy
por bastantes: «Considero como norma establecida que uno tiene que procurar
hacer daño a sus enemigos y ponerse al servicio de sus amigos».
Por eso hemos de destacar todavía más la importancia
revolucionaria que se encierra en el mandato evangélico del amor al enemigo,
considerado por los exegetas como el exponente más diáfano del mensaje
cristiano.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo, no está pensando en
un sentimiento de afecto y cariño hacia él, pero sí en una actitud humana de
interés positivo por su bien.
Jesús piensa que la persona es humana cuando el amor está en
la base de toda su actuación. Y ni siquiera la relación con los enemigos ha de
ser una excepción. Quien es humano hasta el final respeta la dignidad del
enemigo, por muy desfigurada que se nos pueda presentar. No adopta ante él una
postura excluyente de maldición, sino una actitud de bendición.
Y es precisamente este amor, que alcanza a todos y busca
realmente el bien de todos sin excepción, la aportación más humana que puede
introducir en la sociedad el que se inspira en el Evangelio de Jesús.
Hay situaciones en las que este amor al enemigo parece
imposible. Estamos demasiado heridos para poder perdonar. Necesitamos tiempo
para recuperar la paz. Es el momento de recordar que también nosotros vivimos
de la paciencia y el perdón de Dios.
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