18/8/25

¿QUÉ TOLERANCIA?

 Lucas 13,22-30       (21 Tiempo ordinario – C)            


Y pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén. Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos». 
 
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José Antonio Pagola

¿QUÉ TOLERANCIA?
La tolerancia ocupa hoy un lugar eminente entre las virtudes más apreciadas en Occidente. Así lo confirman todas las encuestas. Ser tolerante es hoy un valor social cada vez más generalizado. Las jóvenes generaciones no soportan ya la intolerancia o la falta de respeto al otro.
Hemos de celebrar este nuevo clima social después de siglos de intolerancia y de violencia, perpetrada muchas veces en nombre de la religión o del dogma. Cómo se estremece hoy nuestra conciencia al leer obras como la excelente novela El hereje, de Miguel Delibes, y qué gozo experimenta nuestro corazón ante su canto apasionado a la tolerancia y a la libertad de pensamiento.
Todo ello no impide que seamos críticos con un tipo de «tolerancia» que más que virtud o ideal humano es desafección hacia los valores e indiferencia ante el sentido de cualquier proyecto humano: cada cual puede pensar lo que quiera y hacer lo que le dé la gana, pues poco importa lo que la persona haga con su vida. Esta «tolerancia» nace cuando faltan principios claros para distinguir el bien del mal o cuando las exigencias morales quedan diluidas o se mantienen bajo mínimos.
La verdadera tolerancia no es «nihilismo moral» ni cinismo o indiferencia ante la erosión actual de valores. Es respeto a la conciencia del otro, apertura a todo valor humano, interés por lo que hace al ser humano más digno de este nombre. La tolerancia es un gran valor no porque no haya verdad objetiva ni moral alguna, sino porque el mejor modo de acercarnos a ellas es el diálogo y la apertura mutua.
Cuando no es así, pronto queda desenmascarada. Se presume de tolerancia, pero se reproducen nuevas exclusiones y discriminaciones, se afirma el respeto a todos, pero se descalifica y ridiculiza a quien molesta. ¿Cómo explicar que, en una sociedad que se proclama tolerante, brote de nuevo la xenofobia o se alimente la burla de lo religioso?
En la dinámica de la verdadera tolerancia hay un deseo de buscar siempre lo mejor para el ser humano. Ser tolerante es dialogar, buscar juntos, construir un futuro mejor sin despreciar ni excluir a nadie, pero no es irresponsabilidad, abandono de valores, olvido de las exigencias morales. La llamada de Jesús a entrar por la «puerta estrecha» no tiene nada que ver con un rigorismo crispado y estéril. Es una llamada a vivir sin olvidar las exigencias, a veces apremiantes, de toda vida digna del ser humano.




 

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