10/6/24

LA VIDA COMO REGALO

 Marcos 4,26-34          (11 Tiempo ordinario – B)


Y decía: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega». Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra». Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

******//******

 

 

José Antonio Pagola


Casi todo nos invita hoy a vivir bajo el signo de la actividad, la programación y el rendimiento. Pocas diferencias ha habido en esto entre el capitalismo y el socialismo. A la hora de valorar a la persona, siempre se termina por medirla por su capacidad de producción.

Se puede decir que la sociedad moderna ha llegado a la convicción práctica de que, para darle a la vida su verdadero sentido y su contenido más pleno, lo único importante es sacarle el máximo rendimiento por medio del esfuerzo y la actividad.

Por eso se nos hace tan extraña y embarazosa esa pequeña parábola, recogida por el evangelista Marcos, en la que Jesús compara el «reino de Dios» con una semilla que crece por sí sola, sin que el labrador le proporcione la fuerza para germinar y crecer. Sin duda es importante el trabajo de siembra que realiza el labrador, pero en la semilla hay algo que no ha puesto él: una fuerza vital que no se debe a su esfuerzo.

Experimentar la vida como regalo es probablemente una de las cosas que nos puede hacer vivir a los hombres y mujeres de hoy de manera nueva, más atentos no solo a lo que conseguimos con nuestro trabajo, sino también a lo que vamos recibiendo de manera gratuita.

Aunque tal vez no lo percibimos así, nuestra mayor «desgracia» es vivir solo de nuestro esfuerzo, sin dejarnos agraciar y bendecir por Dios, y sin disfrutar de lo que se nos va regalando constantemente. Pasar por la vida sin dejarnos sorprender por la «novedad» de cada día.

Todos necesitamos hoy aprender a vivir de manera más abierta y acogedora, en actitud más contemplativa y agradecida. Alguien ha dicho que hay problemas que no se «resuelven» a base de esfuerzo, sino que se «disuelven» cuando sabemos acoger la gracia de Dios en nosotros. Se nos olvida que, en definitiva, como decía Georges Bernanos, «todo es gracia», porque todo, absolutamente todo, está sostenido y penetrado por el misterio de ese Dios que es gracia, perdón y acogida para todas sus criaturas. Así nos lo revela Jesús.



3/6/24

LA FUERZA SANADORA DEL ESPÍRITU

 Marcos 3,20-35        (10 Tiempo ordinario – B)


Llega a casa y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí. Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas: «¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre». Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

 

******//******

 

José Antonio Pagola


El hombre contemporáneo se está acostumbrando a vivir sin responder a la cuestión más vital de su vida: por qué y para qué vivir. Lo grave es que, cuando la persona pierde todo contacto con su propia interioridad y misterio, la vida cae en la trivialidad y el sinsentido.

Se vive entonces de impresiones, en la superficie de las cosas y de los acontecimientos, desarrollando solo la apariencia de la vida. Probablemente esta trivialización de la vida es la raíz más importante de la increencia de no pocos.

Cuando el ser humano vive sin interioridad, pierde el respeto por la vida, por las personas y las cosas. Pero sobre todo se incapacita para «escuchar» el misterio que se encierra en lo más hondo de la existencia.

El hombre de hoy se resiste a la profundidad. No está dispuesto a cuidar su vida interior. Pero comienza a sentirse insatisfecho: intuye que necesita algo que la vida de cada día no le proporciona. En esa insatisfacción puede estar el comienzo de su salvación.

El gran teólogo Paul Tillich decía que solo el Espíritu nos puede ayudar a descubrir de nuevo «el camino de lo profundo». Por el contrario, pecar contra ese Espíritu Santo sería «cargar con nuestro pecado para siempre».

El Espíritu puede despertar en nosotros el deseo de luchar por algo más noble y mejor que lo trivial de cada día. Puede darnos la audacia necesaria para iniciar un trabajo interior en nosotros.

El Espíritu puede hacer brotar una alegría diferente en nuestro corazón; puede vivificar nuestra vida envejecida; puede encender en nosotros el amor incluso hacia aquellos por los que no sentimos hoy el menor interés.

El Espíritu es «una fuerza que actúa en nosotros y que no es nuestra». Es el mismo Dios inspirando y transformando nuestras vidas. Nadie puede decir que no está habitado por ese Espíritu. Lo importante es no apagarlo, avivar su fuego, hacer que arda purificando y renovando nuestra vida. Tal vez hemos de comenzar por invocar a Dios con el salmista: «No apartes de mí tu Espíritu».



27/5/24

EXPERIENCIA DECISIVA

 Marcos 14,12-16.22-26    (Cuerpo y Sangre de Cristo – B)


El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?" Él envió a dos discípulos, diciéndoles: "Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena." Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: "Tomad, esto es mi cuerpo." Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: "Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios." Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

******//******


José Antonio Pagola

Como es natural, la celebración de la misa ha ido cambiando a lo largo de los siglos. Según la época, los cristianos han ido destacando algunos aspectos y descuidando otros. La misa ha servido de marco para celebrar coronaciones de reyes y papas, rendir homenajes o conmemorar victorias de guerra. Los músicos la han convertido en concierto. Los pueblos la han integrado en sus devociones y costumbres religiosas…

Después de veinte siglos puede ser necesario recordar alguno de los rasgos esenciales de la última cena del Señor, tal como era recordada y vivida por las primeras generaciones cristianas.

En el trasfondo de esa cena hay una convicción firme: sus seguidores no quedarán huérfanos. La muerte de Jesús no podrá romper su comunión con él. Nadie ha de sentir el vacío de su ausencia. Sus discípulos no se quedan solos, a merced de los avatares de la historia. En el centro de toda comunidad cristiana que celebra la eucaristía está Cristo vivo y operante. Aquí está el secreto de su fuerza.

De él se alimenta la fe de sus seguidores. No basta asistir a esa cena. Los discípulos son invitados a «comer». Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo necesitamos reunirnos a escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón; necesitamos acercarnos a comulgar con él identificándonos con su estilo de vivir. Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.

No hemos de olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente a los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de todos. Es una contradicción acercarnos a «comulgar» con Jesús resistiéndonos a preocuparnos de algo que no sea nuestro propio interés.

Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena del Señor. Por eso hemos de cuidarla tanto. Bien celebrada, la eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta con su vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con él.